Pregones y personajes de tiempos pasados (Villanueva Mesía)

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En nuestro tiempo (2007), son los medios de comunicación social, - prensa, radio, T.V.- el buzoneo, equipos móviles, etc.; los instrumentos de propaganda de cualquier mercancía. En tiempos pasados, faltos de las tecnologías actuales; el único, o casi único, medio de promoción de un producto o servicio; especialmente en el ámbito rural, era el pregón que, por otra parte, no atendía al exclusivo interés comercial; sino que hasta los ayuntamientos solían tener su pregonero que, al son de la trompeta, convocaba al vecindario y le trasmitía las noticias oficiales de interés general -bandos, plazos de cobro de impuestos, etc.- quizá con mayor eficacia que los actuales tablones de anuncios que nadie reconoce leer con interés o, simplemente, leer.

La eficacia de los pregones, la originalidad, no residía en el contenido sino en la forma peculiar del enunciado; ya que por el tono, más que por las palabras, - ininteligibles a veces- eran entendidos o interpretados por la audiencia.

Algunos de los pregones más significativos, son los correspondientes a los personajes que siguen:


El afilador

Los afiladores de cuchillos, navajas, cuchillas para máquinas de picar carne y tijeras; solían ser gallegos y, en menor medida leoneses, que deambulaban de pueblo en pueblo, con mayor asiduidad en la época precedente a las matanzas, anunciando su oficio con una flauta de Pan, solo confundible con la del capador, cuyo sonido característico era, por sí solo, toda una antología del pregón que hacía innecesarias las palabras, aunque a veces también se usasen. Tan característico como el sonido de la flauta era el carrillo, provisto de una rueda ferrada que cumplía la doble función de transporte y motriz, ya que unida mediante una biela al pedal y por una correa a la muela, producía las suficientes revoluciones para cumplir su cometido. Hoy los afiladores suelen ir motorizados, con lo que la profesión ha ganado en movilidad cuanto ha perdido en tipismo.

Recordamos a uno de los últimos afiladores gallegos, creemos que el último, llamado Venancio, el cual inauguró con su muerte triste y solitaria el edificio escolar de la Calle Lope de Vega

Con el mismo instrumento solían anunciarse, en otros lugares los capadores; si bien en Villanueva no lo recordamos.


El Lañador

En nuestra época consumista cuesta pensar que ollas, lebrillos, fuentes y pucheros de cerámica se repararan uniendo sus partes mediante lañas metálicas y tapando las grietas con cal grasa para redondear la operación. Todavía es frecuente ver, en algunas casas, piezas que pasaron por las manos de uno de estos artesanos que, valiéndose de un rudimentario berbiquí de incercia (bombín), ponían las correspondientes lañas a la loza fracturada o agrietada; eso si, con una técnica envidiable de taladrado oblicuo y lañas de puntas convergentes, que encajaban al primor, revocadas con la ya citada pasta; quedando la vasija como nueva.

Su pregón era: El lañaoooooooor!; Se lañan los lebrilloooos!; El lañaooooor!


Los pipos de Pascual

Pascual era un vendedor de pipos, cántaros, botijas, lebrillos y otras manufacturas de barro cocido, que recorría la comarca con sus burros, provistos de angarillas y cargados de mercancía. Frecuentemente, iba acompañado de su esposa, a la que por ignorar su nombre la denominaban como Pascuala. A veces le acompañaba su hijo, que viviía hace unos años en Huétor Tájar.

El pregón, normalmente, era: Cántaros y pipos de la Ramblaaa!, Pipos de la Ramblaaaa!


Las uvas

Por el otoño solían venir arrieros que vendían uvas blancas y tintas con este pregón:

Uvas jerezanas güenaaaas ! Pa comer y colgar ......!, Qué uvaaasss!


Garbanzos tostados

El vendedor por excelencia era un salareño o hueteño apodado "Characha", cuyo negocio consistía en cambiar garbanzos tostados por crudos. Aparentemente las medidas de comprar y vender eran iguales; pero no era así ya que la de los tostados tenía un relleno que la hacia menor. Unido esto a la diferencia de peso entre crudos y tostados, fácilmente se adivinaba el lucro de tan débil negocio. Se pregonaban así:

Garbanzos tosataoooos! Los cambios a Cruoooos!


El perfumista

El más antiguo que se conoce, era un tal Ginés, murciano, regordete, de nariz aquilina y mentón prognático; que pregonaba de este modo:

Jabones, colonias, brillantinas, colofaniaaaaaas!


Los castañeros

Solían venir de la Alpujarra o de la costa malagueña de la Axarquía. Vendían por medios celemines o cuartillos al tiempo que también cambiaban su mercancía por maíz de la última cosecha, medida por medida. Este maíz, llevado a su lugar de origen, era convertido en harina, base de las riquísimas migas que en todas nuestras costas mediterráneas se elaboran. Solían aparecer cerca de la Navidad y su pregón era: Castañaaaas!, Las cambio a maííííz!


El trapero

Eran muchos los que venían de los pueblos. Uno de ellos se afincó en Villanueva, era Miguel García, conocido en Granada por el apodo de "el pinto", antiguo mozo de la plaza de toros de la capital. Miguel era hombre huraño y de fuerzas descomunales. Para no cargar demasiado su burro, cargaba él con dos enormes canastas alargadas, llenas de baratijas y chucherías; carga que aguantaba durante kilómetros, en silenciosa apuesta con su burro. Un hijo suyo, José García Ortega, le acompañaba a temporadas y, debido a su simpatía, pronto hizo amigos entre los del pueblo. La habilidad de éste jugando al fútbol era notoria, como también lo era su físico, fuerte como su padre, que le hizo acreedor al mote de Pisiones. Por más señas, jugaba descalzo para no romper las alpargatas. Los pregones más usuales de los traperos eran:

Buscar por los rincones que crían chinches y ratones ....... El traperooooo!

Cambio los trapos viejos, las alpargatas viejas, la ropa vieja, los pellejos de conejooooo!

Otro de estos traperos fue Eusebio Andrés Pérez, aprendiz de sastre oriundo de Pedrajas de San Esteban (Valladolid), que vivió en Villanueva, huido de su pueblo en 1942, a causa del temor a las persecuciones consiguientes a su actuación -no creemos que grave- en la Guerra Civil. Hombre de un infantilismo tal que , en ocasiones, no se sabía hasta dónde era real o fingido. De lo que no cabe duda es de su apodo. Zacatás.


El heladero

El más cualificado y casi único, fue Miguel Ordoñez. Ejercía casi exclusivamente los días de Santiago y de la Asunción de Nuestra Señora. Elaboraba su helado mantecado en un elemental artilugio, con hielo traído de Loja o Granada. Lo interesante de Miguel no era el pregón, sino el cómo lo decía, con su ojo averiado en un incierto amanecer, por el escopetazo de un compadre que le confundió con un conejo, y aquellos andares, además de su natural gracejo y su memoria llena de chistes e historiestas, casi todas reales, con las que obsequiaba a su audiencia. A tal punto llegaba la gracia de Miguel Ordoñez que, viviendo en Moraleda, se puso a contar sus ocurrencias en la plaza, dando lugar a que un buen número de trabajadores perdieran el jornal por no ser capaces de abandonar a tiempo a tan singular y gracioso personaje. Su pregón:

Helao mantecao! Qué riquillo está!

Pregón que resuena todavía en los oídos de quienes tuvimos la suerte de escucharle y ... de adquirir su mercancía hecha a base de leche de cabra, canela y azúcar; todo ello exento de colorantes, estabilizantes, edulcorantes artificiales, conservantes, aromatizantes, potenciadores del sabor...


El reparador de colchonetas

Las telas metálicas de las antiguas colchonetas cedían mucho y no todos disponían de útiles para repararlas. De aquí nació una profesión ambulante que se pregonaba en la siguiente manera: Se atirantan colchonetas, se arrecortan, se echan muelles!


El hojalatero

Eran muchos los que, ejerciendo la profesión venían a Villanueva Mesía; pero, sin duda, el más célebre era "Miguel el Latero", vecino de Huétor Tájar, que siempre venía con su "Mercedes" (su mujer), gitana como él, pequeñaja y picada de viruelas. Contrastaba con la corpulencia de aquel gitanón que era su marido. Padecía Miguel de una artrosis, de posible etiología alcohólica, la que le obligaba a caminar de una manera peculiar, bamboleándose sobre las puntas de los pies, sin doblar las rodillas. Miguel era un tipo simpático y chistoso, de generosos bigotes y voz naso- aguardentosa; gastaba parte de sus parcos ingresos en tomarse unos cuantos "trimotores" de vino blanco que le iba acercando su Mercedes al mismo ritmo de las ollas que recogía de las vecinas para reparar -gobernar, decia él-. Ella, Mercedes, recogía los encargos y cobraba los parches y soldaduras que su Miguel efectuaba con los soldades de cobre, calentados en el anafe con carbón vegetal y la barrita de estaño. Su pregón, inconfundible por la voz ya descrita, era:

El lateroooo! Se arreglan las ollas de porcelana, se echan culos nuevos!


Compradores de viejo

Su pregón mas usual era:

Compro la lana vieja, el metal viejo, el cobre viejo, las camas viejas y los pellejos de conejo!


El silletero

El más caracterizado fue Vargas, quizá de Huétor Tájar, cuyo pregón era ininteligible por las palabras; sin embargo su tono era tan inconfundible que, a pesar de la parquedad del léxico, nadie dudaba de quién lo hacía. Así de sencillo era:

Gobenarsiii!!! (gobernar sillas)

Su trabajo consistía en poner asientos de anea (espadaña) o en sustituir los palos de las sillas por otros nuevos, elaborados "in situ" a base de nadera de chopo.


El calero

Era creencia generalizada el relacionar la venida del calero con la inminente lluvia. Su pregón era:

A la cal del blanqueoooo!, Amos niñas a la caaaal!


El vendedor de hilos

Solía anunciarse así:

Hilos, ovillos, bobinas, carreteees!


El sombrillero

Cuando no existía la gran oferta y baratura de paraguas, fabricados en el sudeste de Asia, el mejor recurso para hacer durar indefinidamente a un paraguas era su reparación a manos de especialista:el sombrillero. Su pregón era bien simple:

Sombrillerooooo!


El vendedor de bollos

Estos dulces se hacían en Huétor Tájar y Loja y de estas poblaciones venían sus vendedores, generalmente muchachos, el más significativo de los cuales era el conocido por Moroya, que se anunciaba así:

Bollullos a gunda! (bolillos a gorda= 10 céntimos).

Otro vendedor de chucherías alimenticias era el lojeño Salomón, hombre manco y gracioso como pocos que, con voz entre cantarina y enronquecida, es decir, indefinible, anunciaba su también indefinida mercancía con la ambigua denominación de :

Trunquimosis!


Tortas de la Habana

Con el mismo titulo se anunciaban unas obleas grabadas, de nulo peso y unos 20 cm. de diámetro, teñidas de los más diversos colores, posiblemente con anilinas.


El pescadero

Su pregón era tan variable como las especies puestas a la venta en cada día. El más característico de todos los que pasaron por Villanueva Mesía fue Antonio Henestrosa, mas conocido como Ciriaco, hombre que celebraba sus buenas ventas o lamentaba su mal negocio de la misma manera: tomando copas hasta que su burro, humilde servidor, le llevaba a su casa en un equilibrio precario; a pesar de lo cual no conocemos de sus caídas. Algunos de sus pregones eran:

Pescá y cazón! Niñas, a los boquerones! Qué vivos los traigo hoy!


Los meleros

Eran éstos hombres curtidos, casi todos arrieros de profesión, vestidos de gruesos pantalones de negra pana y chaquetas de grueso paño, negra faja a la cintura y gorra del mismo color las más veces, y cuyo origen solía ser Frigiliana, Torrox o Nerja, que en sus ingenios y trapiches azucareros obtenían la dulce mercancía constituida por la miel caña. La miel, transportada a lomos de caballerías, venía en pellejos curtidos de cerdo o de cabra, por una de cuyas patas surgía, tras desatar una apretada y pringosa cuerda, el lento y dulce chorro de esta mercancía, mientras el melero pregonaba ...

Miel de calderaaaa!

En los tiempos de escasez hasta se utilizaba para endulzar los sucedáneos del café -malta y cebada tostada-. La principal utilidad alimentaria de la miel de caña consistía en comerla junto con el queso fresco -como excelente postre- o junto al aceite de oliva en cuya mezcla se mojaba el pan, cuando lo había. Igualmente se utilizaba para acompañar las insípidas gachas de harina de trigo (o de lo que fuera), y así darle un toque de dulzura a lo amargo de aquel trago que constituía el tomar este alimento tan poco apetitoso cuya receta, afortunadamente, reposa en el más merecido de los olvidos culinarios- por no ser precisamente el buque insignia de la tan merecidamente celebrada diete mediterránea-.

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