Milagro de la Virgen de las Nieves (Dílar)

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Virgen de las Nieves

Recientemente se presentó en el pueblo de Dílar un temporal tan tenaz y cruel, que impedía salir a la calle y el que los pobres pudieran ganar una peseta para alimentar a sus pequeñuelos.

La lluvia y el viento eran dos incesantes enemigos que proporcionaban estos infelices días de miseria, de quebranto y pena. Propusieron algunos vecinos al dignísimo Cura de este pueblo que, a fin de que el temporal cesara, creían necesario e indispensable ir en rogativa a la Ermita y bajar la Virgen a la Iglesia, a fin de que tan milagrosa Señora disipase las nubes y calmase el viento que tanto daño estaban ya causando en los campos y en el pueblo.

Conforme el celoso párroco, mandó tocar las campanas para llamar al Templo a los fieles del lugar, salieron de la Iglesia en número de cuatrocientas personas de ambos sexos, cantando la Salve, con los corazones despedazados por el dolor que infundía la presencia de un centenar de mujeres llorando vivamente bajo el peso de la miseria, y lo restante de la concurrencia conmovida también por la época calamitosa que se venía sufriendo. La lluvia no cesaba un momento. Llegamos a la Ermita y al dar vista al precioso Camarín donde está la Virgen de las Nieves, el llanto se aumentó de tal manera, que hombres, mujeres y niños lloraban. Salieron de regreso a Dílar con Nuestra Intercesora para con Dios, y entrando en la Iglesia, no sin haber cesado la lluvia que había humedecido nuestros vestidos. Una vez colocada tan bendita Imagen dando frente a todos los fieles, se subió al púlpito el distinguido Cura, para dirigir a su oyentes la palabra divina y pedirle a María Santísima su protección en aquella hora de angustia y de dolor pero ¡oh asombro!, de pronto el sol dejó escapar por entre las pardas nubes sus hermosos resplandores, y éstos iluminaron el interior del Templo. Ante aquella luz inesperada, el digno Cura y el pueblo prorrumpió en alegre y dulce llanto, viendo palpablemente que aquella luz, aquel resplandor hermoso, no era una coincidencia de las nubes; era efecto de un milagro ante los ojos de la fe, porque el sol, no volvió a ocultar su disco resplandeciente, y porque las nubes, que hacía más de quince días cubrían el ancho firmamento, se fueron disipando cual humo evaporado. ¿Quién en aquel acto religioso, viendo al Párroco llorar a causa de la emoción que su alma sentía viendo a su amado pueblo, a quien quiere entrañablemente, libre de la crudeza del tiempo, delante de un milagrosa Virgen y en medio de los fieles fervorosos y sollozante de placer y de entusiasmo religioso, no llora también y se hace solidario de tan profunda alegría? Era milagro, pero bien patente. Era milagro hecho por la Virgen Soberana de las Nieves, a cuya hermosa presencia, las nubes se ocultaron, el viento desapareció y el rey de los astros la saludó con sus rayos esplendentes.

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