Iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación (Darro)
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de Darro.
Ciertamente que aquel que quiera acercarse a la historia no sólo de la Parroquia sino en general de la Villa de Darro, se encuentra con una dificultad; y es que no se han recogido y compendiado muchos datos históricos que ha vivido lo que fue primeramente este cortijo, después esta villa y finalmente, este pueblo y, por supuesto, no se han compendiado los datos históricos de este edificio que es la Parroquia, por parte de los historiadores. Pero no por ello menos ciertos e importantes. Conocemos el año de datación de la Parroquia: 1782; finales del siglo XVIII y también se conoce que fue construida sobre unos terrenos que la persona que ostentaba el título de Marqués de Ariza; titulo creado por el rey de España Felipe III en 1611, y que, por lo tanto, era dueño de estas tierras, regaló para este cometido; pasando a ser así, benefactor del pueblo. Esto nos lo revela una placa que todavía se conserva en lo alto del pórtico de la Iglesia y que se ha conservado a lo largo de los siglos. Y aunque no se indica el nombre del Marqués, por los datos de la historia hace pensar que fue D. Vicente María de Palafox Rebolledo Mexía Silva (14.02.1756 + 09.07.1820) VIII Marqués de Ariza.
Existen en sus cimientos, los restos de una primigenia construcción, pequeña, que hace pensar que era la antigua mezquita de los pobladores musulmanes de estas tierras… que, tras la expulsión de los moriscos y la posterior repoblación de colonos procedentes del norte de la península, esta mezquita se convirtió en ermita para los cristianos repobladores. Éstos, no sólo trajeron a sus familias a estas tierras serranas sino que con ellos, también vinieron sus tradiciones, costumbres y fe. De ahí que la devoción a San Tiburcio, que está extendida, sobre todo, por el norte de España llegase a estas tierras andaluzas. Y desde aquel entonces, se nombró como patrón y protector a San Tiburcio. No se sabe el nombre que impusieron a esa ermita; lo que sí hay constancia es de la veneración a San Tiburcio. Pero la historia sigue su curso y cuenta que “Habiendo crecido sobremanera la población de dicho cortijo, y reflexionando D. José de Vera, párroco de la vecina villa de Diezma que atendía a dicha ermita, que sería conveniente para excitar la devoción de los fieles la presencia real de imágenes en la Iglesia” Hasta ahora sólo poseían la imagen de San Tiburcio que nombraron como Patrón y protector de la Villa. Y para este fin que pensaba el cura, la más poderosa imagen para excitar la devoción “era la de María Santísima, Señora y Abogada nuestra”; y “unos días antes de la Pascua del Nacimiento del Redentor del mundo, propuso que se hiciera una imagen de esta Soberana Reina para colocarla en la ermita, agradándole la idea a los vecinos de Darro, quienes proporcionaron al Cura 102 reales para que él mismo se trasladara a la ciudad de Granada quien hizo el encargo y la adquirió con el título del Amparo”. “Viendo que necesitaba de adorno (manto y corona), lo comunicó a los vecinos de Darro quienes consintieron y pagaron sus costos y transporte hasta la vecina localidad de Diezma, por un total de 440 reales”.
La imagen entró en Diezma el día 18 de marzo del año 1776, desde donde debería ser llevada a Darro en solemne procesión.- Mientras este momento llegaba, quedó expuesta en aquella Parroquia para que los vecinos hicieran adoración a la Soberana Reina. Fue tal el fervor y la devoción que la Virgen del Amparo despertó en los vecinos de Diezma que “dijeron que por modo alguno consentirían se sacase ya de aquella iglesia, respecto a ser cabeza de Feligresía y ser tanto de unos como de otros, donde se le daría mayor culto que en la ermita de Darro”. El Cura, reconociendo que los vecinos de Diezma podrían mover algún alboroto o inquietud, movido por el fervor que ya habían manifestado, suspendió su conducción a Darro, comunicándolo al Vicario General de la Diócesis, D. Vicente de Soto y Valcárcel, quien ordenó se trasladase al Oratorio del Palacio Episcopal de Guadix, mientras se determinaba a quien pertenecía. Este traslado se intentó efectuar en “la noche del 25 de Abril, siendo como las dos de la madrugada; y estando como a un tiro de escopeta de la Villa de Diezma, se aparecieron un gran número de mujeres que se arrojaron a la bestia que conducía la Santísima Imagen, la quitaron y se la llevaron sin bastar para contener las varias y diversas razones con que las contenía el Cura y demás acompañantes”.
Al día siguiente, 26 de abril, el Párroco pone los hechos en conocimiento del Vicario, quien encarga al Teniente de Cura D. Juan López que traslade la imagen al Oratorio de Palacio, traslado que se realiza el día 27, quedando depositada en este lugar mientras se inicia un pleito entre los vecinos de Darro y los de Diezma, que habría de durar más de un año.- La representación de Darro corrió a cargo de su Alcalde, D. Bartolomé Hervás, encargando de la defensa jurídica a los procuradores D. Francisco López Sánchez y a D. Gabriel Sánchez. El primero de ellos, D. Francisco López Sánchez, de forma magistral, hizo pasar ante el Tribunal a numerosos testigos, reuniendo un sumario de 150 folios manuscritos, apoyándose en fundamentos del Derecho, para defender la propiedad de la Imagen para los vecinos de Darro. Entre las muchas personas llamadas a declarar, destacan el Alcalde y el Síndico de Diezma, quienes tras varios requerimientos, no se presentaron, haciéndolo en su lugar y a título personal el vecino de Diezma, Félix Martínez. Éste en su declaración cayó en repetidas contradicciones, lo que aprovechó el Procurador Sr. López Sánchez para demostrar su falsedad. Ante esta evidencia, el 31 de Mayo de 1777, Félix Martínez firmó un documento en el que decía que “por la paz y quietud, me separo, desisto y aparto de la instancia y los derechos que en ellos tengo deducidos”.
En el mismo documento expresaba su deseo de que “se entregue la expresada imagen a los referidos vecinos del cortijo de Darro para que la coloquen como propia en su Iglesia, para darle el culto y veneración que le es debido”. En base a este documento, el procurador de la parte de los vecinos de Darro, D. Francisco López Sánchez, presentó un recurso solicitando terminar el litigio en favor de sus partes. Dicho recurso es aceptado por el entonces Gobernador, Provisor y Vicario General de Guadix y su Obispado, Dr. D. José García Rada, quien el seis de Junio dicta sentencia por la cual ordena que la imagen de Ntra. Sra. Del Amparo, depositada en el Oratorio del Palacio Episcopal sea trasladada al cortijo de Darro.
Orden que se efectuó días sucesivos en solemne procesión desde Guadix hasta la Villa de Darro con la Imagen de nuestra Señora del Amparo a hombros de los lugareños. Y el 17 de junio de 1777 entra la Virgen del Amparo a la Villa de Darro: desde esa fecha no ha vuelto a marcharse del que era, es y será su pueblo. Tras los altercados y después llegada la pacificación y -como se ha dicho- habiendo crecido la población en gran manera, aquella pequeña ermita era insuficiente para albergar la fe de los lugareños por lo que había que construir una más grande o ampliar en gran medida la existente. Seguro -como demuestran otros datos- que se decantaron por la segunda opción y fue ahí cuando entra en escena el VIII Marqués de Ariza donando los terrenos para la ampliación de aquella ermita. Pasando a erigirse como parroquia una vez terminada. El nombre que tomaría sería el de Nuestra Señora de la Anunciación al igual que sucedió con las parroquias y edificios religiosos de toda la zona tras la reconquista. Por lo tanto, ya tenemos parroquia medianamente grande para albergar a los cristianos de Darro y con la devoción a su Patrón San Tiburcio y con la presencia de María Santísima en la advocación del Amparo.
Y desde entonces hasta nuestra fecha se han ido sucediendo más obras en la Parroquia pero siempre con el ánimo y el deseo de mejorar su aspecto y de ampliarla como fue en primer momento, en la primera mitad del siglo XX, con la construcción de la Torre de la misma con gente del mismo pueblo; a esta siguió la donación de unos pocos metros para construir la sacristía, un salón para las catequesis y un pequeño aseo y después se han sucedió varias reformas acometiendo su interior y exterior: en el año 2000 se reformó en su interior y en su aspecto exterior, concretamente su tejado, se acometió la reforma en el año 2008.
Otro dato que aportar es que nos encontramos a finales del siglo XVIII cuando se construye la Iglesia de Darro; y es a mediados del mismo, cuando irrumpe en España el estilo neoclásico en contraposición al Barroco y al Rococó excesivamente recargado. Además, estamos en el “siglo de las luces”, en el “siglo de la razón”, época que intenta imitar a los griegos y romanos en su característica de belleza fría y sin alma; época que intenta volver a lo clásico, a lo sobrio. Además, llegan al poder los Borbones que se rodean de artistas italianos y franceses muy imbuidos del espíritu neoclásico. Y se suma, también, el impulso de Carlos III (1759-1788) a la Arquitectura, en la segunda mitad del siglo XVIII, creando así numerosos edificios, sobre todo de carácter religioso, consecuencia del poder de la Iglesia en España, de este estilo.
Con todo, hay que decir que la Parroquia de Darro, debido a sus líneas rectas, sobrias y sin adornos en sus paredes y columnas, predominando, además, el orden, la funcionalidad, el equilibrio y la sobriedad en sus espacios, es un exponente más de este estilo Neoclásico caracterizado por el gusto de la sencillez y severidad. Con todo lo dicho, que no es mucho, se puede decir que nuestra Parroquia, es el edificio de carácter no sólo religioso sino cultural y artístico de Darro. Siendo así que la Parroquia es la mejor carta de presentación de nuestro pueblo a los lugareños y también, a todos los que nos quieran conocer o se acerquen a estas tierras serranas. Y una cosa es clara… la Iglesia ha subsistido con el paso de los años porque siempre ha habido personas que la han querido y mantenido con sus aportaciones económicas y, por supuesto, desde la fe y devoción trasmitida desde antaño a todos los que nacen en esta bendita tierra.
En cuanto a San Tiburcio, para conocer esta advocación, tenemos que remontamos hasta la civilización romana y allí encontramos a unos jóvenes caballeros romanos llamados Valeriano y Tiburcio, además de hermanos, grandes amigos. Todo lo hacía juntos. Hay que decir que se querían de verdad. Y la historia empieza con Valeriano que se enamora de una mujer hermosísima llamada Cecilia y empieza a rondarla. Ella está un poco en desagrado porque resulta que era cristiana a escondidas y le había prometido a Dios su virginidad. Por ello, se pone en manos de Dios con ayuno, con oraciones y son cilicio para que no suceda el desenlace del matrimonio. Los padres de esta siguieron con los planes de boda y al final sucedió el acontecimiento. Se casaron. Pero la misma noche de bodas, Cecilia le dijo a su marido Valeriano el gran secreto: que era cristiana y le prometió a Dios su virginidad. Le dijo más: sábete que tengo un ángel del Señor en mi compañía que guarda fiel mi virginidad. Pero Valeriano le dijo que eso tenía que demostrado. Él tenía que ver ese ángel pues si no pensaría que la verdad era que estaba enamorada de otro hombre y le propuso lo siguiente: ve y lávate en cierto sagrado- baño, ve tres millas de aquí por la vía Apia, encontrarás ciertos pobres; llévales este menaje de mi parte: que te lleven a donde está el santo viejo Urbano el cual sabe el secreto del divino baño además, él te instruirá. Así lo hizo. Se encontró con el Santo viejo Urbano y lo instruyó hasta que Valeriano pidió el baño sagrado que no era otra cosa sino el bautismo. Y tras recibido, fue a su casa. Cuando llegó, encontró a su mujer Cecilia en oración de rodillas con un ángel a su lado, cuyo rostro era más resplandeciente que el sol y tenía en su mano dos guirnaldas tejidas de rosas y de azucenas que el ángel dio a cada uno diciéndoles que era regalo del esposo de las vírgenes, de Dios. Y se dirigió a Valeriano en estos términos: ya que has decidido ser tú también virgen, y respetar a tu mujer, pide a Dios lo que quieras que te lo concederá. Y ¿Sabéis lo que le pidió? Que su hermano Tiburcio, al que tanto quería, se convirtiera para lograr la misma dicha que él sentía dentro. Se marchó el ángel y en ese momento entró Tiburcio que preguntó de donde venía aquella fragancia y buen aroma a rosas y azucenas sin ser tiempo de ellas. Y le explicaron lo sucedido y Tiburcio pidió que le dijesen que tenía que hacer para ser cristiano y volvió a suceder lo mismo: fue en busca del pontífice urbano y lo catequizó y recibió el bautismo. Estos dos hermanos sobresalieron por su caridad, dando generosas limosnas y consolando y alentando a los presos y a los que estaban en el patíbulo por la persecución que había en aquellos momentos. Todo esto llegó a oídos del prefecto romano y los llamó a su presencia; tras hablar con ellos, intentar que cejaran en su fe y no conseguido, se enfureció del tal modo que mandó azotarlos y tal fue la paliza que cuentan las crónicas que casi mueren en ese mismo momento. Aunque por gracia, no sucedió. Fueron llevados a la cárcel y como no cejaban en su caridad y en su fe, los mandaron al templo de Júpiter para que ofrecieran un sacrificio a la diosa y si no querían que los matasen. Como no lo hicieron, fueron entregados a un ministro llamado Máximo para que él los mandase matar. Al verlos tan contentos y animados preguntó el porqué. Ellos le hablaron de los cristianos y de su fe y tanto ablandaron el corazón de Maximiliano que quiso ser también bautizado. Aplazaron la muerte para el día siguiente y poder así recibir esa misma noche el bautismo. Al día siguiente fueron degollados. Y juntamente con ellos Maximiliano que se había convertido y fue descubierto.
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