Repoblación (Huéneja)
Entre 1572 y 1636 se vive en Huéneja un periodo histórico tan interesante como desconocido. Ha quedado superada militarmente la Rebelión de los moriscos iniciada en 1568, si bien sus consecuencias sociales perdurarán, durante mucho tiempo aún, en todo el Reino de Granada y en especial en la Alpujarra y Marquesado del Cenete.
A la inseguridad personal se unirá la incertidumbre económica. De ambos aspectos tenemos suficiente documentación y testimonios de todo tipo que, en relación con esta localidad, se concreta en la presencia de algunos moriscos "de orden" al menos hasta 1535 y la continuidad del cultivo de la sericicultura.
Al mismo tiempo, y frente a ello, la autorización para portar armas y realizar labores de vigilancia y persecución de los últimos monfies, cuyas actuaciones sobresaltan con cierta periodiocidad toda la comarca hasta ese año, en que tiene lugar una nueva expulsión del elemento morisco en Guadix y su territorio.
Es en este contexto, cuando la llegada de nuevos pobladores al Cenete desde distintos reinos y territorios de la corona a partir de 1571, introduce de forma definitiva nuevos hábitos y costumbres.
Es decir, el "cristiano viejo" va a sustituir -aunque no de forma absoluta- al "cristiano nuevo". Así, la modificación del paisaje humano irá aportando novedades sustanciales en la explotación económica y señorial del territorio.
Ejemplo de ello se demuestra, de forma exhaustiva, si comparamos el Padrón de moriscos de Huéneja de 1550 y el Libro de las Haciendas de Población (Apeo), que aquí se realiza de forma definitiva cuarenta y cinco años más tarde, en 1595.
De su análisis y estudio en profundidad, se evidencia la permanencia de factores y elementos de tradición musulmana que son continuados por los recién llegados, junto a otros de raíz castellana, como el cultivo del trigo y de la cebada y la ampliación del secano por ejemplo.
Sin entrar en mas aspectos de índole económica, he creído necesario visualizar desde estas páginas una nueva interpretación del denominado "Proceso de la Repoblación de 1571" muy poco tratado hasta ahora, cuando no desconocido, el de su carácter humano e individual.
Sabemos que, respecto a Huéneja, el origen de sesenta y cinco de estos nuevos pobladores, nos indica su heterogénea procedencia, que va desde Sisamón en Zaragoza, Luzón, Miedes o Almoguera en Guadalajara, Vercial en Segovia o Cambil y Huelma en Jaén, a Guadahortuna, Benamaurel, Huesar, Cardela y Montexicar, ya en el Reino de Granada.
Sabemos también que fueron 103 las suertes repartidas entre los recién llegados y que no todos recibieron suertes de las haciendas de población, como es el caso de Martín Ximénez, de Martos, que llegará a ser alcalde en 1572, sin recibirla, o Bernardino Bazquez que lo será también en 1588 y poseedor de dos suertes, que otros beneficiarios de ellas las abandonaron marchándose de la villa que, así mismo, andando el tiempo, a partir de 1614 y hasta bien entrado el Siglo XVIII, se producirán los primeros trueques de suertes "para unificar los riegos" o "unir las labores" y evitar o solucionar pleitos.
Sabemos, igualmente, que la actividad ganadera y la presencia, por tanto, de pastores de diversa procedencia -incluso desde Galicia- fue numerosa. Y así, sucesivamente. Pero, junto a ello, ignoramos prácticamente aquellos otros aspectos inherentes a la motivación que los empujó a realizar ese trasiego "hacia lo desconocido", que suponía, para la mayor parte de los nuevos colonizadores, empezar una nueva vida muy lejos, en ocasiones, de sus lugares de origen o las dificultades que hubieron de sortear, una vez llegados a su destino, respecto al reparto de las haciendas que les habría de corresponder, o el ofrecimiento de sus servicios como pastores a nuevos amos o señores, y ello pese a las ventajas fiscales del primer momento con que se les dotó por parte de la corona.
Únase a lo anterior, entre otros aspectos, su desconocimiento de algunas prácticas de cultivo como el del moral -y el de la morera-, la distorsión cultural inicial provocada por la diversidad de orígenes matizada por la "castellanización" de los usos y costumbres o, ya en el ámbito de lo cotidiano, el hallarse ante la necesidad de reconstruir unas viviendas en multitud de ocasiones deterioradas, de rehabilitar unos molinos destruidos durante la pasada contienda, de asistir al culto en una mezquita reconvertida en iglesia y necesitada de reformas y ampliación, de disponer de un cementerio y no solo osario donde no "se comieran los perros un beneficiado" como diría el obispo de Guadix, don Juan de Araoz, en controvertido reproche a la marquesa del Cenete en 1626, dentro del famoso pleito entre el Obispado y el Marquesado, a propósito de los bienes de hábices. Se trata, en definitiva, de ese lado humano, antropológico, que acompañó a sus verdaderos protagonistas que intentaron -y la mayor parte de ellos lo consiguieron- adaptarse a una nueva situación en la que debieron afrontar no pequeñas dificultades y calamidades. Es esa faceta, la gran desconocida de este largo proceso que, a partir de este momento, intentaré paliar con algunos casos auténticos de personajes reales que vienen a constatarlo.
Comprenderemos, además de unos usos y costumbres arraigados, unas normas éticas, morales y religiosas en contradicción a veces con sentimientos y afectos, donde la iglesia, siempre presente, ejercerá un fuerte control y hará las veces de elemento conciliador o dictará censuras o mandatos inapelables. Algunas de estas historias, amparadas en un soporte documental indudable, podrán de manifiesto que, aún cuando el marco histórico cambie, la llamada "condición humana" seguirá siempre imperturbable, siendo la misma.
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