Emigrantes de Dílar
No debe haber en muestro país ningún pueblo en el que durante el siglo XX una parte de la población haya salido en busca de unas mejores condiciones de vida. Dílar no es una excepción y son muchas las anécdotas que nuestros mayores cuentan (los que volvieron, que han sido la mayoría).
Fue ésta una época triste y muy dura para la mayoría, sin embargo cuando recuerdan aquellos años lo hacen con nostalgia y no son pocos los que se emocionan al desgranar, cuando menos lo esperas, las historias de aquella época.
Dílar ha tenido dos momentos importantes en cuanto a emigración se refiere. Por un lado, los años treinta y cuarenta en los que nuestros vecinos vieron en América un destino afortunado y, más tarde, los años cincuenta y sesenta en que la población se dirigió a las capitales industriales españolas ( Madrid, País Vasco y Barcelona) y a los pujantes países europeos (Alemania, Francia y Suiza). También hubo otros más aventureros que se arriesgaron con destinos más lejanos.
La emigración era vivida por las familias de nuestro pueblo con un sentimiento doble; por un lado, de alegría y emoción por la oportunidad de mejora que ésta suponía y, por otro, de pena por la gran distancia que se establecía con los seres queridos. Para comprender el impacto que debió suponer, debemos pensar en el mundo del que partían nuestros emigrantes y el mundo al que llegaban.
Partían de nuestro pueblo con una maleta en la que llevaban su mejor ropa, embutidos para el camino, un diccionario y poco más. Me atrevo a afirmar que ninguno tenía ninguna noción del país hacia el que se dirigían. Dependiendo del momento en que se encontrara la alta política, los emigrantes partían con un contrato de trabajo bajo el brazo o no. Estos últimos se arriesgaban a pasar la frontera como ilegales si no querían volver con la maleta más vacía y el sentimiento de haber perdido la oportunidad de "hacer las américas".
El trabajo era muy duro y las condiciones de vida allí muy difíciles, todo ello agravado por la tristeza de estar lejos de la cotidianidad, que a la mayoría se le hacía gravosa antes de partir. Muchos de nuestros mayores recuerdan largas jornadas de trabajo ( por supuesto de más de ocho horas) a cambio de las cuales conseguían unos sueldos que a ellos se les hacían fabulosos. Al cambio de moneda las cantidades eran extraordinarias si las comparaban con la escasez de los salarios con los que se vivía en España.
Eran nuestros emigrantes muy ahorradores, la mayoría se iba con la ilusión de "juntar" para hacerse una casa, o montar un pequeño negocio. Así que periódicamente enviaban giros a sus familias para que les ingresaran el dinero en los bancos españoles y se quedasen con una parte que les permitiese mejorar.
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