Monachil en La Guerra Civil

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En todas las historias que cuentan los mayores de Monachil, junto a la evocación de los montes donde se escondían aquellos que huían de la Guardia Civil y subsistían alimentados con patatas o tomates suministrados por quien buenamente pudiera o se atreviese a prestarles ayuda ( montes donde a menudo se oyeron disparos en abundancia como parte de la vida que comenzó tras el final de la Guerra Civil), perdura una relacionada con la misma época en que el protagonista es el río a su paso por el Pueblo, a la orilla izquierda, donde confluye con el arroyo Huenes, que resulta especialmente cruel, infinitamente penosa, tristemente significativa.

De los corrales donde morían gallinas y cerdos sacaban sus dueños aquellos despojos al cauce para deshacerse de probables focos de infección. Muchos vieron, al hilo de semejante acto, cómo gestes venidas de fuera sacaban del lecho fluvial aquellos animales muertos para tener algo que llevarse a la boca. Los propios monachileros advertían a los hambrientos dispuesto a echar mano de tan siniestra y peligrosa pitanza que no la tocaran; pero terminaban por comprobar hasta qué grado llegaba por aquel entonces la penuria, la necesidad y la desesperación en las gentes. Luego al hambre se le sumo una epidemia de cólera. Y los ancianos vuelven a recordar en voz alta las migas infantiles que que recibieron en la escuela, hechas en un caldero de agua, un saco de harina de maíz y un puñado de sal. Rememoran la leche en polvo mandada por el gobierno, (leche americana la llamaban ) y los quesos amarillos que llegaban al Ayuntamiento para su administración y distribución.

Pareciera que, hasta en los peores momentos, el río Monachil fuera el factor diferenciador, el curso capaz de constituirse en símbolo identificador al igual que las numerosas acequias que han regado los campos del pueblo. El agua es un mito en sí, un factor fundamental de vida y asentamientos. Por su río, Monachil es una de las comunidades más antiguas de Granada y la vega de la capital floreció vivificada. Gracias a él ha contado el municipio con un elemento esencial para su unidad y autoidentificación; hasta el punto de llegar a defender la exclusividad de su recurso fluvial con la violencia, tal y como ocurrió en los años cincuenta con su guerra del agua contra Cájar, La Zubia y Huétor Vega de la que solo comentaremos que al final de ella no hubo que bautizar a los niños monachileros con saliva.

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