Lugareños ilustres de Vélez de Benaudalla

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Lugareños ilustres de Vélez de Benaudalla

Francisco Bautista Rodríguez Uno de los vecinos más conocidos y queridos. Uno de nuestros vecinos más conocido y queridos. Sacerdote y Misionero en África, nació en Vélez de Benaudalla el 3 de agosto de 1967. Lleva hasta la fecha trabajando 10 años en Misiones en África. Lleva realizando el Festival Misionero en Vélez desde hace 15 años. En las navidades se realiza un mercadillo donde se venden manualidades hechas por los niños del Colegio del pueblo, que venden como donativo para las misiones. Realiza proyectos, charlas, venta de calendarios, artesanias y conferencias realizadas en el pueblo sobre temas de África, organiza actividades escolares e incluso a ejercido com sacerdote tanto en Vélez como en Motril. También escribe en la revista de la sociedad misiones africanas.

Alberto Pedrosa

TODA SU VIDA DEDICADO A LA IGLESIA DE VÉLEZ

Desde su nacimiento, a finales del siglo XIX, hasta su muerte, ocurrida en los primeros años del decenio de 1960, vivió en la misma casa, heredada de sus padres, situada al principio de la calle del Estanco, enfrente del pilar de san Antonio. Vivía con su hermana, de nombre Pura, también soltera como él. Cuando Pura murió Alberto quedó solo. En el velatorio de Pura muchas de las personas presentes expresaban abiertamente su preocupación, con palabras o con gestos de lástima, por la dura soledad que le esperaba a Alberto sin la compañía de su hermana. Pero la vida siguió y él vivió muchos años después, en su casa de siempre y en su trabajo. Algún familiar estuvo cerca de él. De niño formó parte de la banda de música de Vélez que, según decían, había sido muy importante. Pronto fue sacristán de la iglesia. El nombre de este oficio se fundió de tal manera en su persona que para los del pueblo decir Alberto equivalía a sacristán. Alberto simultaneó dos trabajos: fue zapatero mientras pudo y la gente le llevó calzado para reparar, pero sobre todo fue sacristán, que lo ejerció hasta su muerte. Era sordo. Muy sordo. No oía nada, aunque se le gritara. Era necesario ponerse delante de sus ojos, y aun así la comunicación era por señas. Seguramente que oiría cuando empezó a ejercer como sacristán, porque cantaba en todos los oficios litúrgicos de difuntos, como si tuviera aptos sus oídos. ¡Qué grado tan grande de asimilación alcanzó el pueblo con el latín de Alberto, pues era muy raro que alguno de los presentes se riera al oírlo cantar! Sus cantos, como toda la liturgia de entonces, eran en latín. ¡Qué cantos ¡¡Qué latín! El pueblo estaba acostumbrado. Si alguno quería imitarlo, al tono que le daba Alberto al canto le ponía palabras españolas, pues su latín no se podía reproducir. Texto e información de aportada por D.Manuel Hódar Maldonado y Cedida por D.Paulino Martín.

Personajes ilustres

D.ANDRÉS MOLINA MOLINA Persona muy querida por el pueblo, de oficio Sacerdote emérito (jubilado). Hombre de 76 años y natural del Padúl. Estuvo desde Enero de 1970 hasta finales de Julio del 1979. La razón por la que se ganó el corazón de todos los Veleños fue que ayudó a muchas familas, formó asociaciones juveniles, fomentó la asociación de Moros y Cristianos consiguiendo un vestuario digno para su representación además de enseñarles a interpretar. Creó la Cabalgata de los Reyes Magos y el Belén Viviente algo muy arraigado en las fiestas populares de Vélez de Benaudalla. Información recibida de D. Francisco José López Castilla e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva

D.ANTONIO GONZÁLEZ DE CÓRDOBA Es hoy un desconocido en Vélez. Solamente algunos mayores podrán evocar recuerdos y sentir las emociones que les despertará este nombre. Hoy lo recordamos con gratitud, porque forma parte de los que en épocas pasadas acompañaron a nuestro pueblo. La presencia de don Antonio en Vélez fue profunda y prolongada: llegó a mucha gente y despertó abundante vida. Esta presencia se desarrolló en tres épocas distintas. 1. La primera estancia de este estudiante motrileño en Vélez duró los dos años que estuvo como maestro en prácticas en las “Escuelas Nacionales”, requisito necesario para obtener el título de “Maestro de Enseñanza Primaria”. Durante estos dos años estuvo orientado por un maestro, que por los apellidos suponemos que era natural de Vélez: don Ramón Pedrosa Montero. En la memoria escrita de “las prácticas” aparece una confidencia clave para conocer a don Antonio: “Desde pequeño sentí un acendrado cariño por la enseñanza; todos mis anhelos, mis sueños, mis conversaciones se dirigían a la enseñanza”. Y la vida hizo realidad el sueño: La docencia le dio unidad a toda su persona, pues la ejercía como un impulso que le nacía de dentro. Después de esta actividad en Vélez estudió dos años en el Sacromonte de Granada, al cabo de los cuales entró en el Seminario, en donde hizo los estudios eclesiásticos. Concluidos los cuales fue ordenado sacerdote. 2. Cuando vino por segunda vez a Vélez ya era sacerdote. Venía de Montejícar, su primer destino, en donde estuvo unos dos años como coadjutor. También en Vélez su actividad en la parroquia era ayudar al párroco, y atender a La Gorgoracha. Él nunca ejerció como párroco, sino como ayudante. Llegó a Vélez en el 1930, y aquí permaneció hasta bien pasada la guerra. En los tiempos más duros estuvo escondido en las “cuevas del jardín”, hasta que el ambiente se calmó y volvió a su casa, en donde siguió con su estilo de vida. En Vélez vivía, como siempre, con su hermana Mercedes. Esta segunda vez, su familia era más numerosa, pues su hermana ya estaba casada y fue la época en la que nacerían sus dos hijos. La casa estaba enfrente del antiguo bar de Pedrosa. La planta baja de la vivienda estaba destinada a la vida familiar y en la superior tenía la escuela. Los que en Vélez tenían instrucción académica, y fueron muchos, la habían aprendido en esta escuela y con este maestro. Es de justicia reconocer un buen nivel de conocimientos en el pueblo. Muchos de estos alumnos transmitieron sus conocimientos a otros en escuelas domésticas, improvisadas para aquellos veleños que no disponían de tiempo para un aprendizaje más amplio y detenido, como el que requería la escuela de don Antonio. Transmitía los conocimientos según una pedagogía que ejerció siempre: Relacionaba los conocimientos con las necesidades de la vida del alumno. De esta manera saber se convertía en aprender a vivir. 3. La tercera manera de presencia de don Antonio con la gente de Vélez está directamente vinculada a su persona: a su guía magistral a quienes acudían a él pidiéndole orientación o consejo, o a su compañía paternal para quien estaba desolado, o a su ayuda generosa para quien pasaba por unas circunstancias de estrechez económica, tan frecuentes entonces. Estando en Motril, era muy frecuente la presencia de un veleño que lo buscara, ya en su casa –C/ Curucho, 6-, ya en la iglesia de la Encarnación. ¿Cómo era esta persona, al que acudían en sus necesidades quienes lo conocían? Impresionaba lo que referían los que recibían su ayuda. Padecía una cojera en la pierna derecha, que le obligaba a caminar despacio. Con ocho años fue intervenido quirúrgicamente del pie derecho, por el que le quedó un ligero acortamiento de la extremidad inferior. Don Antonio fue una institución en el pueblo: respetado, admirado y querido. Era un hombre de buen corazón: cercano a las personas, abierto a sus problemas e implicado en la solución, según sus posibilidades. No se metía en asuntos políticos. Actitud muy de agradecer en aquel tiempo de rencores. A muchos los sacó de sentencias muy graves. Con sentido del humor sabía distender las situaciones difíciles. A los que acudían a él los trataba sin prisas. Entendía la vida. Daba siempre un buen consejo. Era un hombre cercano a la realidad de los mortales. Su casa era un río de gente, unos a pedirle favores, otros a llevarle algunos regalos. La consideración y el amor con el que fue tratada su persona y lo que él representaba de saber y de fe se puede entender como una reciprocidad del pueblo al respeto con el que él siempre lo trató, al amor que él tuvo a la gente y a la hondura de fe, que con tanta naturalidad transmitía. En su fe y ayuda no había artificio".

Texto e información de aportada por D.Antonio Maldonado Correa y Manuel Hódar Maldonado, Cedida por D.Paulino Martín e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva.

D. GUILLERMO BENAVIDES DURÁN PÁRROCO DE VELEZ DESDE EL 1942 AL 1970. Si en aquellos años hubiera existido la facilidad para la fotografía como la de ahora, tendríamos montones de álbumes de fotos en los que estaría presente Don Guillermo. Los 27 ó 28 años que estuvo en nuestro pueblo de párroco ofrecieron muchas ocasiones para recordarlo presente en la vida de la mayoría de nuestros antepasados: con un consejo, en la administración de los sacramentos: bautismo, confesión, matrimonio, visita a algún enfermo,… Este alhendinero vino destinado a Vélez después de haber ejercitado su oficio sacerdotal en varios pueblos. Eligió venir a Vélez, porque, entre varios pueblos fue el que más le interesó entre los que podía elegir, por haber aprobado unas oposiciones. Antiguamente dependían de superar unas oposiciones para tener una parroquia en propiedad. Después del Concilio cambió: Fue el último cura de la diócesis con parroquia propia. Podemos suponer que le gustaría Vélez y seguramente le atraería por estar cerca de Otívar, donde había estado un tiempo como cura, y en donde vivía su hermana casada y con varios hijos, que con frecuencia se pasaban temporadas con su tío en Vélez. Algunas cosas de su vida nos interesan conocerlas, pues nos pueden llevar a comprender a su persona: Don Guillermo andaba cojo por haber padecido una parálisis en la infancia. Esta cojera, aunque era significativa, no le impedía caminar. Todos los pasos los daba con su bastón, tanto los derivados de su oficio, la misa, los entierros, las procesiones,… como su afición a la caza, que siempre que podía la practicaba. Tardes y días enteros los pasaba por los pendientes cerros de Vélez. Los años lo fueron distanciando de esta actividad, pero lo que no consiguieron los años fue quitarle el interés por la caza y la amistad de los veleños con los que compartían este interés. Al final de su vida, tenía la satisfacción, de haber sido fiel como cura a unas exigencias de su oficio que, aunque hoy es normal que todos los curas las cumplan, pero en el tiempo de Don Guillermo se consideraban de más libre cumplimiento: Cada domingo y festivo predicaba en la misa, en “la misa primera” y en “la misa mayor”. Todos los jueves del año, de tres a cinco de la tarde, los niños teníamos catecismo en la Iglesia. Su organización era muy simple: la mitad del tiempo los catequistas explicaban por pequeños grupos y la otra mitad Don Guillermo desarrollaba un tema de teología o de la Biblia a todos los niños desde los más pequeños a los más grandes, para terminar cantando el bello himno de la doctrina. Don Guillermo fue un buen estudiante. Al final de curso publicaban las notas de cada seminarista. Sus calificaciones fueron siempre por parejo muy altas. Si alguien que lo recuerde lee este juicio, no sería de extrañar que dijera: “pues no lo parecía”. Y es que Don Guillermo, lo mismo que era de culto era de humilde. Me contó un cura natural de Vélez, que le dijo, “¿Con este expediente tan sobresaliente, Vd. podría haber tenido acceso a una licenciatura e incluso al doctorado. A lo que él le respondió: “El saber es bueno, lo demás es vanidad”. Fue extraordinariamente sincero. Como un niño. No mentía, ni fingía. Lo que pensaba lo decía con la claridad del agua, pero sin ninguna acritud, ni segunda intención. No hablaba para ofender a su interlocutor, ni defenderse de nadie. Sus palabras fluían de su interior limpias, como “EL AGUA DEL NACIMIENTO”. En Vélez enterró a su padre, ya anciano, en donde descansan sus restos. Los de Don Guillermo están enterrados en Otívar.

Texto e información de aportada por D.Antonio Maldonado Correa y Manuel Hódar Maldonado, Cedida por D.Paulino Martín e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva.

DÑA.LUISA PERAMOS(LUISITA) Luisa tuvo en los últimos años de su vida una presencia muy significativa en Vélez. Primero conoceremos algunos pormenores de cómo se desarrollaba su existencia diaria y después reflexionaremos sobre la importancia que tuvo para los veleños de su época. Pertenecía a una familia de cuatro miembros: los padres, la hermana y ella. No conocemos el origen de los ingresos con los que se mantenían en la casa, no porque tuvieran un origen deshonesto, hipótesis que hay que desechar en todo momento, sino porque el olvido envuelve la distancia. ¿Podría provenir de la venta de algunas propiedades? Luisa fue original. Su hermana aparecía como una muchacha sencilla (¿y pobre?). Salía a la calle a hacer los mandados, estaba donde las jóvenes del pueblo. Luisa, en cambio, no salía a la calle. Estaba siempre retirada en su casa. (Arreglada como una señorita). Los comentarios de los que la conocieron resaltan su belleza y el cuidado de su imagen. Murieron primeramente sus padres y después su hermana, quedando ella sola. Un familiar suyo se la llevó a Granada. Pasados algunos años contrajo matrimonio con un comerciante mayor que ella, del que se separó pasado algunos años de su matrimonio. Regresó de nuevo a Velez y se instaló en una habitación de la misma casa en la que había vivido toda su vida. Pronto se le acabó el dinero que había traído de Granada, y tuvo necesidad de pedir. Lo hacía de una manera original. Iba arreglada como una señora acomodada, a visitar la familia que le correspondiera, según un orden que ella llevaba. En el contexto de la conversación o bien la invitaban a cenar o al despedirse le daban algo, dinero, víveres, comida, fruta e incluso leña. Ella llevaba seguramente un orden de visitas. Acaba pidiendo que algún hijo de la casa la acompañara para que le ayudara a llevar la carga. Al final de sus días sus necesidades no las podía ella solucionar sola, así que para la limpieza de la habitación y su aseo personal el Ayuntamiento le proporcionó la ayuda de una señora del pueblo. Así fue hasta el final de sus días. Algunas anécdotas: 1. Tenía Luisita en su vivienda un baúl muy grande. Si alguien, niño o niña, intentaba acercarse para abrirlo, ella rápidamente se lo prohibía. Aquella especie de arca no logró nadie abrirlo en vida, ni siquiera saber qué contenía. Cuando murió, los que estaban presentes lo abrieron y también encontraron también en él pobreza: Únicamente un crucifijo y muchos papeles, que podrían ser para evitar que el Cristo se desplazara de un lugar para otro y acabara estropeándose. Uno de los presente se lo llevó dando esta explicación: para que mi mujer le rece. 2. Existía en aquel tiempo en Velez un ataúd, que se guardaba en el cementerio. Le llamaban “la caja gallarda”. Si moría un pobre para el que su familia no pudiera adquirir uno para su entierro se la llevaban para trasladar al difunto de su casa al cementerio. Allí depositaban el cadáver directamente en el hoyo de la tierra. Así hubiera tenido que hacer con el cadáver de Luisita; pero ocurrió algo muy curioso: Alguien del pueblo murió fuera, en circunstancias que requerían traer al difunto en un ataúd de zinc y en él enterrarlo. El ataúd, por tanto, preparado en el pueblo por la familia fue destinado para enterrar a Luisita. La gente comentó por mucho tiempo, que hasta en la hora de su muerte se rodearon las circunstancias que le permitieron ser enterrada como una persona más acomodada de lo que ella había sido. ¡Qué grande un pueblo que cobija a los más necesitados de los suyos, manteniéndolos en su dignidad! Luisa fue respetada durante mucho tiempo: la invitada de la mesa de los que también eran pobres. Fueron años muy difíciles en el pueblo y Luisa no solía llamar a la puerta de los pudientes

Texto e información de aportada por D.Antonio Maldonado Correa y Manuel Hódar Maldonado, Cedida por D.Paulino Martín e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva.

D.FRANCISCO PEDROSA Y DÑA.CONCHA GARCÍA (EL CORTIJO DON DIEGO) La dueña del cortijo Don Diego en el tiempo en el que nos estamos ocupando, era Mª Luisa Jiménez Lopera. Empezamos por este nombre pues esta señora y, seguramente también su marido, fueron los que pusieron al frente de esta finca al matrimonio Francisco Pedrosa Lorenzo y Concha García Lozano, que vinieron a ser el alma de aquel terreno y la alegría de la vida que allí se respiraba. Francisco y Concha se incorporaron al cortijo en el año 1945. Hasta esta fecha vivían con sus cuatro hijos en la Gorgoracha, en donde Francisco trabajaba en la finca de Don Federico. El cortijo Don Diego estaba lejos de la carretera que era el centro del pueblo. Conocido por todo el pueblo, en el cortijo se concentraban muchas idas y venidas para los que vivían en el barrio de la Cruz, del algarrobo y del castillo, que por distintos puntos eran limítrofes del pueblo. Está situado en un bello paisaje en el que se daba un clima suave, abundante vegetación, y agua. En el terreno próximo al cortijo se desarrollaba una enorme actividad: La alberca para el regadío, las fuentes de agua potable, las ovejas que venían por temporadas, las eras de las trillas, el continuo ir y venir de gente, principalmente conocidos, pero también, desconocidos. Era un ambiente alegre y serio a la vez. Un niño estaba a gusto allí, aunque algunas cosas no las entendiera. El peculiar ambiente acogedor que caracterizaba al cortijo se lo daba el espíritu que le insuflaba la familia que allí vivía: al principio por los dos miembros del matrimonio y después, cuando murió el marido, por Concha y sus cuatro hijos que ya iban haciéndose mayores. Primeramente llevaban el cortijo Francisco y Concha. Ésta vivió muchos años después de su marido, que murió el año 1946. La falta de éste dejaría cuestiones pendientes, pero su esposa supo llevar adelante aquel respetuoso estilo de vida en el cortijo y en los alrededores. Concha fue una venerable viuda, escueta en hablar, pero atenta y eficaz en todo y a todos. Reproducimos dos expresiones oídas en una conversación de alguien de los que la conocieron que, aunque se refieren a cosas distintas, pero vienen a ser la cara de una misma persona: -“¡Cuánto rezaba Concha! No se podría saber si recogía más aceituna, que oraciones rezara. Siempre estaba rezando y siempre trabajando.” La otra cuestión no es de inferior enjundia: “Quien iba al cortijo no se venía sin que Concha le diera algo.” (Eran años de grandes necesidades). Tanto Francisco como Concha eran piadosos. “Pío” es un vocablo latino que se puede referir a estas dos cualidades espirituales, “piedad de los necesitados, y fidelidad a la oración como trato con Dios. Con la muerte de Concha, ocurrida en el año 1997, ponemos fin a esta afectuosa presentación del Cortijo Don Diego, que conocimos durante bastantes años.

D. ALBERTO PEDROSA

TODA SU VIDA DEDICADO A LA IGLESIA DE VÉLEZ Desde su nacimiento, a finales del siglo XIX, hasta su muerte, ocurrida en los primeros años del decenio de 1960, vivió en la misma casa, heredada de sus padres, situada al principio de la calle del Estanco, enfrente del pilar de san Antonio. Vivía con su hermana, de nombre Pura, también soltera como él. Cuando Pura murió Alberto quedó solo. En el velatorio de Pura muchas de las personas presentes expresaban abiertamente su preocupación, con palabras o con gestos de lástima, por la dura soLedad que le esperaba a Alberto sin la compañía de su hermana. Pero la vida siguió y él vivió muchos años después, en su casa de siempre y en su trabajo. Algún familiar estuvo cerca de él. De niño formó parte de la banda de música de Vélez que, según decían, había sido muy importante. Pronto fue sacristán de la iglesia. El nombre de este oficio se fundió de tal manera en su persona que para los del pueblo decir Alberto equivalía a sacristán. Alberto simultaneó dos trabajos: fue zapatero mientras pudo y la gente le llevó calzado para reparar, pero sobre todo fue sacristán, que lo ejerció hasta su muerte. Era sordo. Muy sordo. No oía nada, aunque se le gritara. Era necesario ponerse delante de sus ojos, y aun así la comunicación era por señas. Seguramente que oiría cuando empezó a ejercer como sacristán, porque cantaba en todos los oficios litúrgicos de difuntos, como si tuviera aptos sus oídos. ¡Qué grado tan grande de asimilación alcanzó el pueblo con el latín de Alberto, pues era muy raro que alguno de los presentes se riera al oírlo cantar! Sus cantos, como toda la liturgia de entonces, eran en latín. ¡Qué cantos ¡¡Qué latín! El pueblo estaba acostumbrado. Si alguno quería imitarlo, al tono que le daba Alberto al canto le ponía palabras españolas, pues su latín no se podía reproducir.

Texto escrito por D.Manuel Hódar Maldonado, Cedido por D.Paulino Martín e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva

D. SIMÓN MALDONADO RUIZ (LA GORGORACHA 1893-1962) Contrajo matrimonio con Carmen Correa Toquero, con la que tuvo 6 hijos: Antonia, Miguel, Manuel, Victoria, Antonio y Carmen. Esta esposa murió, quedando él joven y sólo al cuidado de una familia numerosa. Los muchos hijos y su propia juventud lo llevaron a contraer el segundo casamiento. La nueva esposa fue Dolores Moreno Castilla. Con ella tuvo tres hijas: Lola, Mercedes y Emilia. Los nueve hijos convierten a esta familia en un hogar extraordinariamente grande. Don Simón Maldonado era muy conocido y muy querido en Vélez. Venía con bastante frecuencia al pueblo, pues tenía mucha familia y abundantes amigos, cuyos vínculos alimentaba con una relación sencilla, sincera y con encuentros habituales.

Dos notas sobresalientes en su persona lo hacían digno de admiración: 1. Era albañil. Un buen profesional. Su preparación no venía de las escuelas que frecuentara de joven, sino del interés que tuvo por aprender. Este afán de superación le llevó a presentarse a unas oposiciones a telégrafos, oposiciones que no aprobó. Después encauzó su formación por derroteros relacionados directamente con la albañilería. Así aprendió también carpintería. Igualmente dio pruebas de ser un buen mecánico, cosa que demostró en la construcción de un trillo, y en el mantenimiento de la noria que abastecía de agua los huertos que cuidaba con esmero y gran éxito. Cada una de estas ramas de conocimientos le proporcionó las habilidades de un experto albañil, para quien la construcción no tenía secretos. A este profesional con dominio en el desempeño laboral y con hondura humana, no le faltó nunca trabajo con el que llevar a su familia adelante. Pero cada vez que se le presentaba la ocasión de progresar, ahí estaba el aprendiz que llevaba dentro, dispuesto a adquirir nuevos conocimientos y adiestramientos técnicos. La endémica falta de agua de La Gorgoracha le impulsó a descubrir veneros y abrir pozos. También consiguió con su esfuerzo llevar la corriente eléctrica hasta el cortijo. “De tal palo tal astilla”; o, como nos interesa en este momento, de tal padre tales hijos: También sus hijos tenían este afán de superación, a pesar de la escasez de medios y la ausencia de becas y ayudas, inexistentes en aquel momento. De sus tres hijos varones estudiaron dos: Manuel y Antonio. Manuel hizo Derecho y después opositó a Notario, que fue su ocupación hasta el final de su vida laboral. Para alcanzar este nivel académico, desde pequeño trabajó en el Sacromonte de Granada. Primero en tareas muy concretas, y después vigilando y dirigiendo los estudios de los bachilleres de este centro. Antonio, que desde pequeño quiso ser sacerdote, ingresó primeramente en el seminario diocesano de Granada y después entró en la Compañía de Jesús, donde permanece como jesuita. Miguel se hizo cargo del campo que poseían en La Gorgoracha. Las hijas siguieron la vida matrimonial, menos Antonia, la mayor, que entró como religiosa en las Carmelitas, que se conocen como de Orihuela. 2. Cuando alguien descuella en el mundo rural, suele ocurrir que sus paisanos le crean distancia. Es más fácil dar importancia a los forasteros que a los del pueblo. A Don Simón, que fue una persona con inquietudes, este espíritu de superación nunca le fue ocasión de rechazo por parte de sus conocidos. Era querido por todos. No existía ninguna barrera ante los amigos, la familia y la gente con la que trataba. Fue una persona muy valorada. Cuando alguien se encontraba con él o lo encontraba en la calle, comentaban siempre en la casa de lo que habían hablado, o lo que él había dicho. Fue hombre de trato directo, sencillo y sincero. Siempre pensé que era un hombre importante. Pero su grandeza procedía de dentro. Por fuera resplandecía la sencillez y la proximidad, con las que nunca molestó a nadie. Nuestro pueblo tiene innumerables personas como él, que lo han edificado con su humanidad. De ellos está hecha nuestra historia tan humana, de la que procedemos y en la que descansamos. En el lenguaje de la construcción se suele decir: “Sobre tal viga descansa la casa”. En la solidez de personas como la de Don Simón, descansa nuestra ya muy larga historia de Vélez. Texto escrito por D.Manuel Hódar Maldonado, Cedido por D.Paulino Martín e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva

NOMBRAMIENTO DE HIJA PREDILECTA DE VÉLEZ DE BENAUDALLA. Dña. ENCARNACIÓN MARTÍN MORENO: SESIÓN DE PLENO 29/02/2012 Se procede a dar lectura de la propuesta que presenta la Alcaldía de NOMBRAMIENTO DE HIJA PREDILECTA A DOÑA ENCARNA MARTÍN MORENO (mujer histórica-2012) “Encarnación Martín Moreno nació en Vélez de Benaudalla (Granada) en el año 1933. A la edad de 25 años contrajo matrimonio con Francisco de la Hoz Rodríguez, y con el que tuvo tres hijos: Encarna, Alicia y Francisco. A los seis meses de vida de su segunda hija fue golpeada con el fuerte dolor de su muerte. A partir de los 17 años, empezó a ejercer la profesión de partera de la mano de su madre, Enriqueta Martín Gutiérrez, primera matrona del municipio de Vélez de Benaudalla, de la que adquirió todos los conocimientos pues en aquella época todas las parteras aprendían por transmisión oral, de mujer a mujer, de madre a hija. Fue a la edad de 31 años cuando ya se dedicó ella sola a atender a tantas y tantas mujeres veleñas durante el embarazo, parto y puerperio. Con disponibilidad absoluta para asistir a un parto a cualquier hora. No hay que olvidar que este tipo de servicio, vino a cubrir las lagunas del sistema sanitario hasta mediados del s.XX. Ella era la responsable en el municipio de ayudar a traer al mundo a muchísimos veleños y veleñas, y en caso de que existiera algún tipo de complicación durante el parto, contaba con la asistencia del médico del municipio, D. Miguel Gutiérrez Cabrera. Mujer descrita por sus vecin@s como educada, buena trabajadora, cariñosa, habilidosa, valiente, atrevida, dedicada y dispuesta a ayudar a sus vecinas sin pedir nada a cambio por su trabajo, lo entendía como un servicio que debían hacer a su pueblo. Muchas veces le obsequiaban con un poco de aceite, productos de la huerta o con pagos voluntarios, que les servían, a veces, para salvar una economía maltrecha propia de la época, donde el sueldo de los jornaleros y trabajadores no era suficiente. No fue hasta ya entrados los 70 cuando los nacimientos fueron llevados de forma sistematizada a los hospitales. Por esa misma época, fue la matrona que acompañó a la primera partolienta veleña al hospital de Motril, donde le ofrecieron un puesto de trabajo en el área de maternidad como matrona por su impecable trabajo. Pero Encarna, rechazó tan magnifica propuesta por dos razones: la primera, por cuidar de su familia y la segunda, por seguir asistiendo a tantas veleñas que por alguna razón se les adelantaba el parto y no llegaban al hospital a dar a luz. El paso del tiempo y la sociedad en que vivimos son los responsables de que el trabajo de mujeres como Encarna haya quedado olvidado y que no se valore y reconozca como les corresponde, aún habiendo jugado un papel decisivo en la asistencia al nacimiento de los niñ@s en los municipios donde vivieron. Por este motivo, y por lo que significó su labor profesional como una de las primeras parteras en el municipio de Vélez de Benaudalla. Por su dedicación y valentía en los cuidados que realizó en el proceso del parto de las mujeres de Vélez de Benaudalla y nacimiento de muchos de sus vecinos, se estima la conveniencia de premiar sus méritos personales y profesionales, procediendo a su reconocimiento público, y la mejor manera de rendirle homenaje es nombrarla hija predilecta de Vélez de Benaudalla.” Sometido a votación aprueban por unanimidad de los once miembros que componen la Corporación nombrar Hija Predilecta de Vélez de Benaudalla a Dª Encarnación Martín Moreno. Información extraída de la información publicada en Pleno e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva

NOMBRAMIENTO DEHIJA ADOPTIVA-Dña. PILAR GRANADOS Dña. Pilar Granados nació el 23 de octubre de 1919 en Alhama de Granada y, como la tierra convulsa que le vio nacer, su vida ha estado llena de terremotos que han removido sus cimientos desde sus inicios. Hija de una época y de una Historia de las que forjan héroes cotidianos y anónimos como ella, Pilar esquivó las bombas y cañonazos de una guerra fraticida. Con tan sólo 17 años, en 1937, tuvo que abandonar su hogar y emprendió un camino traumático que la llevó casi hasta orillas del Ebro, en puertas de la famosa batalla. En el camino perdió a su hermana pequeña y recorrió por primera vez la carretera de la costa que va de Málaga a Almería, sin adivinar siquiera que en su viaje de huida estaba pasando de largo por el que sería su hogar durante más de 70 años, Vélez de Benaudalla. En el año 1939, ya de vuelta en Alhama de Granada, Pilar conoció a un hombre llamado Antonio Manuel Rodríguez, un picapedrero veleño que trabajaba reconstruyendo un puente. Aquí empezó el cortejo y tras una breve estancia en Alhama, la pareja acabó por trasladarse a Vélez de Benaudalla, de donde Pilar nunca se volvió a ir. Tras los duros comienzos de una pareja joven, con la oposición de las familias y las dificultades de la posguerra, Pilar y Antonio se labraron un futuro. Pilar vivió esos primeros años del estraperlo y, con trabajo y tesón, consiguió junto a su marido comprar un solar y poner una tienda y, poco después, un puesto en el mercado en la puerta de la iglesia. Los años transcurrieron y llegaron los hijos. Seguían siendo tiempos difíciles. Antonio Manuel y Pilar aún seguían sin casarse, porque él ponía siempre la excusa de no tener unos zapatos decentes para ello. Gracias a la insistencia de algunos amigos por fin acepto casarse con unos zapatos que le prestaron para la ocasión. Para entonces ya tenían cuatro hijas. Las vivencias de la guerra y la distancia de la familia no impidieron a Pilar hacer su vida en Vélez de Benaudalla. Tuvo nueve hijos, de los que murieron tres en los primeros años de sus vidas. Vélez también le trajo de vuelta a su hermana pequeña, perdida en la desbandada de la guerra, en esa misma carretera que se la quitó. El lechero que pasaba por el pueblo le habló una vez de una mujer de Málaga que se parecía a ella e incluso se llamaba igual. Resultó ser su hermana, que se hacía llamar Pilar en su recuerdo. Una hija de la Pilar de Vélez y un hijo de la Pilar de Málaga se casaron y consumaron la reunificación de una familia rota por la guerra. A sus 94 años Pilar ha dado y da muestras de una enorme fortaleza y ganas de vivir. Ha afrontado una guerra, la muerte de tres hijos, un marido, dos nietos y dos yernos y aún así ni un pequeño achaque de salud ha conseguido derrumbar la alegría y la ironía de una mujer ácida e inteligente que sabe lo que es la vida, sin adornos ni artificios, con la crudeza del día a día. Durante casi 75 años viviendo en Vélez de Benaudalla, Pilar ha tenido 9 hijos (6 hijas vivas), 19 nietos y 25 bisnietos. Para todos ellos, repartidos por diferentes puntos de la geografía española, ha sido siempre una referencia, un ejemplo de coraje y lucha y un punto de unión. Para todos ellos Pilar ha convertido Vélez en el hogar al que siempre volver. Su ejemplo de lucha, trabajo y fuerza y por haber sido veleña de voluntad desde hace 75 años, consideramos que existen razones suficientes y poderosas como para considerar a Pilar Granados, una mujer que es Historia viva de nuestro tiempo, Hija adoptiva de Vélez de Benaudalla. Información extraída de la información publicada en Pleno e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva

LA ESCUELA DE MARÍA LA DEL MAESTRO

Llama la atención que atribuyamos la escuela a una maestra y que tengamos que aclarar, a continuación, que eran tres hermanas las que trabajaban como maestras en dicha escuela: Antonia, Concha y María. Pues así fue en la realidad: tres maestras y a una era a la que todo el pueblo la reconocía espontáneamente como titular. El padre de estas tres hermanas –Don Rafael Vega Montes- había sido maestro de enseñanza pública en el pueblo, y él les infundiría el respeto y amor a la enseñanza que impartían las tres hijas en su casa. En esta familia, por tanto, el padre era maestro de enseñanza pública, y sus tres hijas de enseñanza privada. Era el mismo servicio impartido con categoría distinta y con diferente preparación. Esta escuela estaba situada en la carretera, al lado del bar de Julio Padial y en frente del de Pepe Pedrosa. Equidistante entre los álamos y la choza. Ambos extremos tenían un sentido distinto al de ahora. Con los álamos empezaba prácticamente el campo, igual que también ocurría con la choza. La carretera era lugar privilegiado para una escuela: Antes y después de la escuela los alumnos tenían sus tertulias. Aquellos ratos en las tardes de la carretera facilitaban vencer la timidez a la hora de entrar en la escuela, y se empezaba con alegría a aprender todo lo que explicara la maestra. Una atmósfera muy humana envolvía el ambiente donde se impartía la enseñanza escolar: Don Rafael Vega, el padre de las maestras, andaba por su casa, sin intervenir en las preguntas y en las explicaciones que constituían el acto docente; pero, como todo hombre interesado por el saber, ponía en alerta a todos los que en su casa estaban aprendiendo. También estaba presente Antonio Castillo, el esposo de María. Su presencia no sería una llamada a la atención y al aprendizaje, sino una invitación a la calma y a la paz, cualidades que acompañan a quienes enseñan y a quienes aprenden, y que las suelen disfrutar quienes llegan a la sencillez de la vida. Y como suele ocurrir siempre, hemos olvidado la presencia de la niña, la hija de María y Antonio que, como niña, humaniza y distiende la vida de los mayores. Quien iba a este centro estaba invitado a aprenderlo todo, y a hacerlo como un trabajo distendido y feliz. Esta escuela tan sencilla fue una oportunidad para quienes, por aquellos años, andaban comprometidos con el aprendizaje de los conocimientos más básicos. La actividad de esta Escuela duró muchos años. Sólo interrumpida por las propias enfermedades, o por las ocupaciones del campo, o por las fiestas más señaladas: las de san Antonio, o algunos de los días de la Pascua de Navidad. Existía entre los alumnos de esta enseñanza privada otro fenómeno muy curioso, digno de ser señalado: estaban todos muy curiosos por saber de la vida de los diferentes maestros particulares de Vélez, de sus propios conocimientos, de cuánto sabían y de lo bien que lo transmitían. En familia y en el campo existía una verdadera competición por su maestro. Estos alumnos eran fieles a su compromiso escolar, mientras ellos consideraban que necesitaban de su aportación. Daba la impresión de que existiera una alerta dentro del alumno, por la que comprendían que su aspiración de nuevos conocimientos, estaba satisfecha, y el paso siguiente era el abandono de la escuela. Ellos, de la noche a la mañana, la dejaban sin periodo o curso preestablecido. Por mucho tiempo estuvo presente en Vélez el recuerdo cariñoso de la escuela de María la del maestro: El cariño a las tres maestras y la gratitud por los conocimientos que pusieron al alcance de los alumnos durante muchos cursos y reemplazos que acudieron a esta fuente de aprendizaje. Texto escrito por D.Manuel Hódar Maldonado, Cedido por D.Paulino Martín e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva

DON JOSÉ MONTERO

José Montero fue cartero de Vélez muchos años: entre la década de los cuarenta y la de los cincuenta, del siglo pasado. José era muy familiar para los ojos de un niño que se lo cruzaba a diario por las calles del pueblo, con un manojo de cartas en las manos. Siempre hacía el mismo rito: se acercaba a las puertas de aquellos a los que les llevaba carta y se la entregaba a su destinatario; en caso de que no respondiera la depositaba en algún lugar que ya tenía acordado previamente. Era un hombre de presencia correcta y de trato amable y educado. A esta dignidad se le podía aplicar los calificativos de persona honrada, de buenos sentimientos. Tenía su oficina en la primera casa de la calle de la Amargura. En esta misma casa tenía su domicilio familiar, y aunque se respetaba el horario, con frecuencia, por algún motivo, atendía a quien lo necesitara, fuera de hora. Y a la amabilidad del cartero, le correspondían los agradecimientos del paisano: “muchas gracias, José”, o de esta otra manera:”Dios se lo pague”. Siempre con un aprecio general del pueblo. José estaba casado con Narcisa Morente. Tenían cuatro hijos: Matilde, José, Antonio y Carmen. Si alguna vez veíamos a alguno de ellos haciendo de cartero pensábamos que José o estaba enfermo o había ido de viaje. Cuando él dejó de ejercer este oficio, lo ocupó su hija Matilde y después, su yerno Antonio, marido de Matilde. A quienes a ellos les sucedieron les había dejado un buen ejemplo sobre la manera de cumplir su tarea. Y cuando por la edad se retiró de su trabajo, dedicó muchas horas de su tiempo a leer las cartas a quienes, por no saber, le pedían este favor. Lo mismo hacía con la cumplimentación de certificados, reclamaciones, ya que eran muy pocos los que sabían resolverlos por su propia cuenta. Todo esto con exhaustivo detalle acerca de los requerimientos, conveniencias de responder con prontitud y las consecuencias si no se hacía: enseñando y acompañando con actitudes propias de un educador experto. José fue un hombre que dejó en el pueblo un recuerdo de trabajo bien hecho y un sencillo testimonio del bien hacer, a favor de los vecinos que lo necesitan. Con mucha frecuencia ocurre este fenómeno: la presencia de alguien que ayuda a hacerle frente a las necesidades de los vecinos. Y esto sin llamar la atención. Así también es Vélez. Texto escrito por D.Manuel Hódar Maldonado, Cedido por D.Paulino Martín e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva

DON JOAQUÍN PADIAL ILLESCAS Vivió entre finales del siglo XIX y mediados del XX

D.Joaquín Padial fue un hombre muy estimado por sus paisanos como persona buena, y muy reconocido como profesional de la construcción. A estas cualidades hay que añadir una circunstancia que influía en su popularidad y trato frecuente: tenía en la carretera un bar bastante concurrido, al que identificaba con un letrero sobre la puerta, que decía “restaurant”, que resultaba muy original esta manera de identificar entonces un bar con un comedor de cierta elegancia. Para presentar a este maestro de la construcción y hombre de bien, recurriremos a dos tareas que llevó a cabo en la iglesia de Vélez, que, como amante de ella, la hizo objeto de sus conocimientos y de sus sentimientos más profundos: 1. Joaquín fue el autor y constructor del altar que, en un ángulo de nuestra iglesia, está dedicado a la Virgen de Lourdes. Tanto la mesa del altar, donde se celebra la liturgia, como el retablo, que es la parte ornamental, que enmarca el altar, están hechos con estalactitas y estalagmitas, traídas de las cuevas de los campos de Vélez. Este material artístico constituye los fondos pétreos del pueblo, al que Joaquín recurrió para hacer este altar a la Virgen. Joaquín quiso honrar a la Virgen construyendo este altar en la iglesia de su pueblo: Fue el resultado de su trabajo paciente como albañil, de su buen gusto artístico y de la original presencia de estalactitas y estalagmitas en Vélez. Eran los años de fervor mariano en Europa, los que siguieron a las apariciones de la Virgen a Bernardette en Francia, y en España fue grande esta devoción. Muchas veces vi el asombro de algún visitante ante este retablo. Y no recuerdo a nadie que mirara este altar con indiferencia. Recuerdo que Don Guillermo hablaba con emoción a quienes, en algunas ocasiones, les iba enseñando la iglesia, destacando la originalidad de este lugar. Incluso, en alguna ocasión, he visto a alguien del pueblo, sorprendido al saber que este retablo era obra de un veleño. Muchos creían que pertenecía a la época de la construcción del templo. 2. Hubo otra aportación más llamativa y más urgente en el aderezo de la iglesia, para corregir la situación en la que había quedado al terminar la guerra. Otro trabajo que ponía de manifiesto cómo Joaquín quería a la iglesia. Al final de la guerra, la iglesia estaba sucia e inapropiada para las celebraciones litúrgicas. Durante todos esos años, hubo mucha gente que la convirtió en lugar de refugio: Mucha gente hacía dentro la comida y lumbre para calentarse. Para que estuviera disponible para la celebración del culto religioso, necesitaba una limpieza con los consiguientes arreglos, unos más sencillos y otros más complicados. Fueron Joaquín Padial, como entendido y Antonio Robles, como ayudante, quienes emprendieron, con total gratuidad, el largo trabajo de limpieza y embellecimiento de la iglesia, hasta devolverle el decoro que requiere una joya de tan alto valor religioso y artístico. La iglesia, tan admirada y tan querida por los hijos de Vélez, lleva las huellas de nuestros paisanos. Esta grandeza de la iglesia de Vélez nos identifica a quienes, a lo largo de los siglos, hemos sido bautizados en su pila bautismal. Texto escrito por D.Manuel Hódar Maldonado, Cedido por D.Paulino Martín e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva

DOÑA ENRIQUETA MORENO GUTIÉRREZ Nació en Vélez Benaudalla el día 12 de Febrero de 1901 y murió el 2 de Enero del 1999. Algunas personas del pueblo me han indicado que escribiera algo sobre ella, con la intención de que se prolongue su memoria entre los paisanos que no la conocieron. Evoco con emoción algunos detalles de la que fui vecino durante toda mi infancia. Estaba casada Enriqueta con José Martín Román. Fueron padres de cuatro hijos: Manuela, Miguel, Concha y Encarna. Actualmente viven solamente las dos menores. En la guerra ocurrió la pérdida de José, su esposo, y como tantas mujeres, sufrió las consecuencias de la soledad que acompaña a esta falta. Ella era fuerte y decidida, y se puso a trabajar en las distintas tareas que se le presentaban, en una época, la postguerra, de tan escasas salidas laborales. En estas circunstancias se comprende su dedicación al ejercicio de comadrona. Providencial decisión, pues el tiempo hizo patente cuán apropiada fue ella para la labor de partera. Y cuánto bien significó para el pueblo este trabajo. Era una mujer de unas relaciones buenas y generosas. La convivencia con sus vecinos fue siempre muy enriquecedora. Junto a esta relación con sus paisanos hay que mencionar la que mantenía con su familia. Cerca de ella vivían algunos familiares: La más próxima era su hermana Carmen, que tenía su casa frente a la de ella, circunstancia que le permitía un trato continuo. También tenía un vínculo fuerte con su primo Joaquín, que vivía en la misma calle, muy cerca las casas de ambos. Fue una mujer respetada por todo el pueblo. Aún hoy la recordamos con cariño los que la conocimos. El contacto con ella no era muy frecuente. Sus tres hijas se encargaban de salir a lo necesario. El conocimiento y trato con ella casi que se limitaba a su función de partera. La vida de Enriqueta ha sido especialmente larga, casi cien años. Y, aunque su trabajo fue diferente en las distintas épocas, su principal ocupación consistió en recibir a los niños que nacían en nuestro pueblo. Enriqueta era una mujer seria, pero cuando la recordamos se nos hace presente su mirada llena de brillo y luz, de inteligencia y de paz. Aunque en Vélez fue ella la que ejercía en aquellos años este oficio, también había otras mujeres, que hacían esta tarea. Podemos, a modo de ejemplo, hacer memoria de Carmen Poveda. Seguramente que habría algunas otras que atenderían a determinadas mujeres por razones de vecindad o de parentesco; pero de tal manera se identificaba a Enriqueta con un nacimiento, que a cualquier hora que pasara ella, uno pensaba que alguna mujer estaba a punto de dar a luz. Nos hemos acercado a la vida tan interesante de Enriqueta. Algunos no la han conocido bien, pero a todos nos ha alegrado su existencia, aunque el conocimiento haya sido somero. Vélez, como todos los pueblos, está lleno de personas buenas, inteligentes y pacíficas como ella, de los que hemos heredado las riquezas personales y humanas, que sin duda, enriquecen la vida de cada uno de sus paisanos.

Texto e información de aportada por D.Antonio Maldonado Correa y Manuel Hódar Maldonado, Cedida por D.Paulino Martín e insertada en esta sección por D.Francisco Javier Lafuente Oliva.

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