San Andrés (Dólar)

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El culto a San Andrés como patrón de Dólar se introdujo a finales del siglo XVII por los nietos repobladores de Baeza (provincia de Jaén), ciudad que aporto el grupo mas numeroso de colonos y donde el Apóstol gozaba ya de devoción. Le construyeron entre los morales de la de algún lugar de la vega una pequeña ermita, a la que añadieron un huerto donde los sacristanes ponían sus hortalizas. Algunos años mas tarde la ermita se trasladó a su actual emplazamiento, dominando desde abajo el nudoso cerro andalusí donde se levanta la fortaleza.


La imagen de San Andrés

La talla está situada en un nicho sobre el altar mayor. Se encuentra rodeado de varios ramos que adornan dicho nicho. La imagen viste capa color granate, vestimenta de color azul pastel y la cara no muy pálida. Dicho rostro esta acompañado por una profunda barba, policromada en tonos marrones, al igual que su pelo. La talla usada en sus vestimentas se utiliza la técnica de los paños mojados.

Esta talla no es la imagen original que trajeron los colonos. A juzgar por los testimonios de algunas gentes, el de entonces no tenía el aspecto místico y doloso de las figuras del barroco, sino un tanto terrenal y de tintes provincianos y campesinos. Con la efervescencia revolucionaria de la Guerra Civil, tanto San Andrés como otros inquilinos de la iglesia acabaron rodando por los caminos, hasta que unas piadosas mujeres consiguieron arrancar de las manos de los milicianos la cabeza del patrón. Una vez regenerado al culto, se le añadió al cuerpo que hoy tiene. El resto de la imagen fue entregada por los revolucionarios a algunos de los más pobres habitantes del barrio del castillo, para que la emplearan como leñas en sus tristes chimeneas. Como quiera que la comida que hicieron sabían a demonios y algunos enfermaron, los más crédulos o cínicos difundieron la idea de que aquello fue el castigo por el sacrilegio cometido. Otros sin embargo, sólo vieron una intoxicación producida por la combustión de la pintura que cubría la imágenes.


El culto al apóstol

Exceptuando este dramático paréntesis, el Aspóstol siguió siendo dignificado. Las Honras comenzaban nueve días antes de la onmastica, cuando los mas devotos lo trasladaban de la ermita a la iglesia. Desde ese momento se iniciaba el novenario, unos sermones asociados al frío vestino de Dólar,que la contrarreforma introdujo con objeto de controlar la religiosidad.

Ese día, y a pesar de lo crudo de la estación, la calle un cuadro bullicioso y colorista. Hasta las familias de los alejados cortijos de la jurisdicción interrumpían sus sementeras, aparejaban sus mulos con atalajes de primor y subían a glorificar al Santo. El pueblo en pleno se vestía con los suelos del arca, expresión con la que queríamos afirmar que todo el mundo se engalanaban con las mejores prendas que poseían. Era también el momento de estrenar algo: los zapatos del año, una chaqueta, a veces la gorra o unos simple calcetines en las familias más humilde.

Después de la misa la procesión señalaba el momento culminante. Salía a medía mañana entre un estruendo de cohete y campanas al vuelo. Lo abrían tres monaguillos con cruces y candelabros. A continuación la doble fila de mujeres luciendo sus mejores prendas y elevando cánticos corales alusivos al santo y a lo que representaba. Le seguía el Apóstol, que era llevado por los azahores y custodiado por el cura y las autoridades locales. y por fin, al fondo, formando un nutrido grupo que no cesaba de conversar. De trecho en trecho la larga comitiva se paraba en las puertas que tenia promesa de honrar al Patrón lanzándole cohetes. Las tracas subían sisenates hasta que un “¡viva San Andrés bendito! indicaba el fin de la tanda de cada vecino y la reanudación de la procesión.

Todo el oropel ceremonial de la procesión lo justificaba un canto coral insistentemente repetido a lo largo del recorrido:

San Andrés amoroso
a nuestro Dólar dichoso
líbranos de todos males
tráenos buenos temporales
pues sois tan poderoso

La clave está en el verso cuarto. Es que San Andrés no es para nosotros el Apóstol pescador de Galilea, sino la advocación de temporales saludables para la agricultura. En una tierra alta que nove el mar el pescado dice poco, pero sí el agua y la nieve , fuente y razón de la vida. El mes de Noviembre , con sus lluvias, es la llave de la sementera. Por eso san Andrés, junto al calendario festivo , evoca el año agrícola. Se pide que traiga precipitaciones bien repartidas bien repartidas en la estación clave. Por ellos los grandes devotos del patrón han sido siempre los mayores cultivadores de tierra.

Pero junto a su poder de la climatología local a san Andrés se le conocía también se le conocía también por un atributo mucho menos milagrero, aunque no menos desconcertante. Se decía que era torero, lo que venia a significar que su onomástica era inseparable de la fiesta nacional. Esta taurofilia del Santo llevaba a mis paisanos a considerar que la toga roja que viste es la evidencia de la afición.

Y si por cualquier circunstancia algún año no había corrida, se pensaba que el Apóstol se olvidaría de su efecto benefactor sobre los sembrados. De hecho cuando esto ocurría su imagen se detenía frente al toril el día de la procesión. Durante largos minutos los cohetes cesaba,y se guardaba un profundo y sentido silencio. Parecía implorarle su perdón por no glorificarle con la liria.

Con la expresión toros , en mi aldea dábamos a entender mucho más de lo que decía. la corrida era solo la culminación de un ceremonial estirado a lo largo del año y vivido con pasión. la costumbre estableció que cada año se encargase de ello un barrio, turnándose por rotación, de manera que las comparaciones que luego se hacían estimulaban el buen hacer.

Desde el remate del verano ya se podía ver a algunos vecinos del barrio designado llamando de casa en casa a fin de recoger los fondos necesarios , lo que se hacia por derrama equitativa entre los hogares existentes en la población , independientemente de el numero de miembro existente en la familia. era un tema sobre el que había una gran sensibilidad y por lo común casi todo el mundo participaba. Con esta cuota se compraban los toros , daba derecho a asistir al encierro, a la corrida, y por ultimo se se recibía un lote de carne del desguace de los astados. Si alguien no había colaborado quedaba señalado colgándole su bolsa con su parte de canal en la puerta de su casa.

La siguiente misión pasaba por ir a separar los toros a la ganadería de Rega en la sierra de Jerez -hoy a la del camarate- quedando allí reservados hasta la fecha señalada. Guiados por el mayoral, los comisionados recogían los apriscos hasta encontrar lo que más convenía al presupuesto con el que se contaba. Una vez cerrado el trato la jornada se remataba comiendo un guiso en la sombra de algún castaño. A su regreso al pueblo el grupo paraba en la puerta del toril. Con cierto ceremonial y mucho vino alguien tiraba un cohete y voceaba nuestra palabra mágica toros. Cualquiera que oyese la explosión, entendía que los animales estaban apalabrados. Era el signo inequívoco de que el patrona podía contar con el festejo.

La corrida se celebraba el domingo venidero Después de celebrar el día del Santo. Se preparaba la plaza con carros trenzados una maraña de palos cuerdas.

La naturaleza de nuestro encierro tenía tintes muy singulares que merece la pena narrar. Todos sabíamos que un día antes los toros salían de la dehesas conducidos por expertos vaqueros y escoltados por cabestros. Como una vieja costumbre algunos jóvenes del pueblo salían la noche anterior a esperarlo en plena sierra y con ellos bajaban hasta los molinos. Pero en campo abierto, sobre los almendro los zagalones colgaban enramados en atrevidas cabriolas y el sonido bronco de los cencerros de los cencerros de los cabestro se mezclaba con algarabía de la gente que pretendía arrancar la embestida de los animales. También encendían fuego por donde tenían que pasar la manada, lo que provocaba que los astados lo emprendieran con algún grupo. Viéndose libres los novillos saltaban por las acequias, saltaban balates y al fin huían. Los vaqueros, viendo el drama, gritaban y la emprendían a pedradas con la gente, pues éstos habían conseguido lo que quería : escapar al toro por la vega y calles del pueblo.

Recompuesta la manada , a veces tras varias horas e incluso días de persecución de los toros escapados, el encierro terminaba con la entrada del tropel en la plaza. En ella, como espigas en una gavilla, gente de toda edad y condición se prensaba en el recortado espacio de cada carro, y en las ventanas y terrados parecían cigüeñas destempladas por el frío. Cuando la estampida de corredores y astados y astados irrumpían en el coso, la masa se estremecía se arrancaba un único grito de las centenares de gargantas que estaban allí. Los mozos mas atrevidos quedaban en el ruedo dando quiebros a los toros hasta que finalmente se metían en el toril. Al día siguiente se celebraba la corrida y con ella concluía la festividad de San Andrés.

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