El trabajo de la tierra

De Granadapedia
Saltar a: navegación, buscar

El trabajo de la Tierra

Los Habices 4.JPG

El agua, la tierra y el fuego eran bienes comunes.

El riego estaba organizado;”el agua de la huerta es dos veces al mes, cada vez desde el alba hasta el mediodía” se nos dice en los Libros; sobre las tierras no apropiadas se ejercía derecho de uno y aprovechamiento de pastos y madera. Las tierras de labranza se dividían en nueve pagos: la Vega, la Bohaira, huertas y arboledas del río, las Viñas del Barranco del Hograr, las del comino de Granada, las Viñas de la Zosla, tierras calmas de la Umbría, tierras calmas de la Solana. El total del termino era de 480 hectáreas. No parece que se diera el latifundio, al menos en general; la propiedad debía estar muy repartida, sobre todo en el regadío, ya que se da mucho la expresión de “medio moral y medio olivo” en el secano parece que la propiedad era mas grande y se daban contratos de aparcería o “muzära`a”.

Como es sabido, la especialidad de los andalusíes era la horticultura, de la que dicen la crónicas que había todo genero de agrura. Fue admiración de los viajeros extranjeros. Había cinco acequias: Genital, la Gorda de La Zubia y Jacín, la Estrella y santo Antón el Viejo, aunque el libro de Habices solo cita el Mayor “La Zubia”, Darabenacín y Albohaira o Boharia “de la Laguna”. El estudio de los topónimos muestra que utilizaron también el sistema de riego mediante pozos, con un tipo de cigüeñal primitivo que consistía en una pértiga enejada sobre el pie de la horquilla, con una vasija atada en un árabe se llama “al-jatara” se habla también de un cañaveral de riego.


Los árboles estaban en cantidad limitada; por cada vecino había 6 olivos y otros tantos morales; hay a demás encinas, almendro, álamo, nogal, higuera,parral, albaricoque, durazno, granado, fresno y otros. Cultivaban mucho el “alheña” un arbusto de flores pequeñas y olorosas que requería cuidados especiales, con cuya elaboración se aderezaban el cabello y se teñían la cara; su uso fue prohibido y la planta desapareció.

Gracias al laberinto de acequias que administraba el agua del Río Monachil, del arroyo Huenes, orgullo del pueblo, elemento inviolable de cohesión, todos los terrenos eran aprovechables; desde los fértiles valles hasta las laderas de las colinas, las terrazas, los bancales, los ribazos... De la realidad tangibles que eran para casi todos los monachileros las patatas, el trigo, el maíz, la cebada, las legumbres, el centeno (que tenían como destino los animales ), o la aceituna que iba a para la almazara: de las cañas, del azadón, las jornadas de luz a luz por salarios de dos pesetas más la comida: menú a base de mas patatas, huevos, pucheros y dolores, muchos dolores de cintura; o de los sueños de cocina, un gobierno que tras la Guerra se llevaba la mayor parte de los cultivos con los Civiles para saldar las deudas que el mismo causó, cosechas que servían también para pagar con una parte de las mismas los arrendamientos de tierras propiedad de monjas y familias pudientes que levaban la mitad del trigo o del centeno segado; de los veranos ocupados en la siembra de pimientos e inviernos dedicados a trabajar el esparto por las noches para trenzar las hembras y hacer sogas, capazos y alpargatas, solo la mili lograba distraer a los jóvenes.

Se subarrendaban terrenos en la Dehesa de San Jerónimo a mas de dos mil metros de altitud donde se levantaban chozas para los meses de trabajo: sitios que servían tanto para comer como para dormir igual que aquella casas de los campesinos con colchones de farfollas y perolas, platos en la ventanas y goteras en los techos.

La lumbre obligaba a permanecer agachado ante el hogar por causa del humo mientras iluminaba la cuentas del pequeño capital, el rédito que la patata de semilla, aquel milagroso copo de nieve, traería con sigo una vez desenterrada de los silos donde era preservada de la nevadas para llevarla en venta a la vega y a la capital.

Luego los jornaleros, los pequeños agricultores, marcharon por la quiebra hacia otros lugares. Hay aún quien relata cómo después de trabajar de labrador, de pastor en los cortijos, se vio por las circunstancias de la vida en ciudades del otro extremo de nuestro mapa ejerciendo de mecánico, cargando descargando vagones de trenes, asistiendo, entonces, a una escuela nocturna y regresando al pueblo ya no para cavar los terrenos de aquellos bancales mezclados de cultivos; convivencia ejemplar que fue sustituida por la albañilería, la institucionalización del telesilla y la consagración del centro comercial


Ganado.JPG

La ganadería sin embargo, no debió tener demasiada importancia pues se menciona poco el el Libro de los Habices. Para resumir citamos a dos de sus autores extranjeros que hablan de este tema: “viven sesenta moriscos donde solo podrían vivir quince castellanos porque son muy diligentes en el riego y en las labores agrícolas, sobrios en el comer y en lo oculto muy ricos”, dice Jerónimo Münzer; y el francés Pierre Ponsot añade “el alto nivel técnico y el rendimiento de la agricultura morisca o se volvió a alcanzar antes de la revolución científica de nuestro siglo y a otras condiciones”.

Apartado especial merece la morera por la importancia que la sedería llegó a tener en le reino nazarí, pero hay pocas noticias directas sobre el tema en Monachil, sino las generales de que se le nombra continuamente, que a veces un solo árbol tenía dos propietarios (uno del suelo y otro de la planta, o cada uno de varias ramas), y que un feligrés católico, se permitió regalar a la iglesia 2,400 capullos de seda, lo que indirectamente nos dice la importancia que tuvo en aquel tiempo.

Principales editores del artículo

Valora este artículo

3.4/5 (5 votos)