Calle de los Caños(La Calahorra)

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Localización

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La calle

Vista desde la plaza
Esta ha sido desde siempre la calle principal del pueblo, la gran vía. Arranca en la plaza junto a la iglesia y termina en un pilar alimentado por nueve caños de agua, de aquí su nombre.
Diríamos que es ésta una calle un tanto atípica, aproximadamente la mitad de su trayecto es casi el doble de ancho del resto. La mayor anchura se encuentra cerca de los caños y coincide con la fachada de la Casa Grande.
La Casa Grande es una residencia señorial con sus cuatro torrecillas, su patio porticado y un extenso huerto. Su dueños, que además eran propietarios de tierras en La Calahorra y otros pueblos del Marquesado, no vivían en ella. La casa estaba habitada por un administrador que se encargaba de cuidarla, cobrar a los campesinos el arrendamiento de sus tierras y velar por otros intereses de sus amos.
Frente a la Casa Grande estaba la triguera donde los agricultores debían entregar obligatoriamente el trigo que cosechaban. También frente a esta casa, una familia, con empeño y trabajo, abrió un bar que acabó con la cultura de la taberna abarrotada de hombres y escasa de mujeres. Las mozas junto a sus novios se sentaron a la mesa a tomar un quinto con su ración de choto.

El pilar

Es un rectángulo de unas tres veces más largo que ancho, donde se acumularía el agua que debería manar, ─ pero que no mana─ por los nueve caños de bronce a través de nueve regueros.
Actualmente el pilar es una estampa del pasado.
Pero su pasado es vivo, aglutinador de personas y animales:
Los pares de cántaros llegaban vacíos a los caños y regresaban llenos transportados por frágiles mujeres hasta sus casas. Su agua apagaba la sed de la familia, la del cerdo que hozaba en la marranera, la de las gallinas que escarbaban en el corral y la de los conejos que se escondían en su madriguera. También se necesitaba para la cocina, para lavar y para lavarse.
El pilar era el abrevadero de los sedientos mulos y burros tras intensas jornadas en el campo donde no había ni una gota de agua.
El pilar derramaba el agua sobrante por dos salidas que cerradas alternativamente enviaba el agua a sendos lavaderos ─uno a un par de metros, el otro frente a la ermita de las Ánimas ─, donde las mujeres arrodilladas en el panero lavaban la ropa traída en sus canastas. El agua que rebosaba del lavadero se recogía en albercas para regar los huertos que se extendían al norte y al sur del pueblo.

La baranda

Esas lanzas entrelazadas apuntando al cielo dispuestas a defender los caños de una amenaza celeste son la baranda. La baranda es en realidad un mirador desde el que pueden admirare alineadas dos torrecillas de la casa grande, la torre de la Iglesia y dos torreones del castillo. En la baranda se apelotona la gente para ver el encierro en la fiesta del Señor.
La baranda guarda el recuerdo de un pasado en el que la calle se abarrotaba de gentes paseando desde la plaza a los caños, desde los caños a la plaza, en las tardes y noches de las fiestas de San Gregorio y el Cristo de las Penas.
Desde allí podían verse los puestos de turrón y pasteles, de caramelos y dulce de calabaza, alineados en la parte ancha de la calle.
Desde allí se veía, con no más devoción pero sí con menos exceso que en la actualidad, el lento desfile de las procesiones que justo en los caños realizaban una parada para recibir un estruendo de cohetes San Gregorio y el Señor, y una saeta el Nazareno, la Soledad y el Entierro.
Desde allí se veía la aglomeración de hombres que acompañaba la caja llevada a hombros en la que el difunto de turno hacía su último viaje hasta el cementerio, mientras las campanas repicaban tristeza.
¡Ay, los caños!

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