Milagro de José Benítez Carmona
Milagro de la Virgen de las Nieves a José Benítez Carmona
Se cuenta que, José Benítez Carmona, vecino de Dílar, a los seis años de edad y a consecuencia de haberse metido en agua fría, tuvo unos fuertes dolores en ambas piernas, que le impedían dar un paso. Andaba el tiempo y ni éste, ni las medicinas prodigadas al paciente, bastaban para aliviarlo. Sus padres, como es propio y natural, sentían la desgracia de su hijo impedido,, no quedándoles más consuelo que vivir esperanzados en la protección de la Virgen de las Nieves.
Un día que, a fin de que la presencia de la Virgen calmara el rigor de un fuerte temporal que había en este pueblo, y a efecto del cual la inmensa mayoría de estos vecinos estaban sumidos en la mayor miseria, bajaron la milagrosa Imagen al pueblo; la madre del referido niño enfermo, pensó ir a la esquina de la calle de la Iglesia, con idea de ver bajar la Virgen y pedirle por su desgraciado hijo; pero ya que iba por medio de la calle, un extgraño pensamiento le hizo volverse a su casa y tomar al hijo entre sus brazos, diciéndole al inocente tullido que al ver entrar por el pueblo a la Santísima Virgen le p8idiera con todo su corazón le concediese la salud de sus debilitadas piernas, perdidas para siempre.
Madre y niño salieron de su casa con los ojos anegados en dulce llanto de esperanza, y con los corazones conmovidos. Llegaron a la esquina de otra calle llamada de la Santísima Trinidad, en donde se pararon para ver entrar la Virgen milagrosa. Cuando esta Gran Señora llegó frente a ellos, exclamaron con balbuciente y llorosa voz: Madre mía, concedednos lo que nuestro corazón os pide y deseamos; no nos dejéis desamparados. En aquel mismo momento el niño josé Benítez, animado por una fuerza misteriosa, se dejó caer al suelo, y con vivas a la Virgen de las Nieves, siguió tras de ella con asombro de las gentes, dejándose a su madre conmovida y como aletargada a causa de milagro tan patente. Pararon la Imagen bendita, y todos los concurrentes, con los ojos bañados en lágrimas de fe lanzaron al espacio vivas entusiastas a su Patrona, que en aquel feliz momento había hecho uno de sus muchísimos milagros. La depositaron en el Templo, cesó en el mismo día el temporal y todos los fieles dieron gracias a Dios por haberles puesto por protectora a la más bella y santa de todas las mujeres.
José Benítez Carmona no volvió a sentir dolor alguno en las extremidades inferiores de su cuerpo.
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