Leyendas de Sierra Nevada

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La Laguna de Vacares I

Cuenta la leyenda que en la Laguna de Vacares habitaba una ondina que, durante la noche, se aparece a los viajeros que allí descansan, adoptando la figura de un pájaro. Una vez delante de ellos, se transforma en una bellísima mujer que, mediante engaños y palabras de amor, los arrastra hacia el borde la laguna, sepultándolos bajo sus aguas, donde los devora.

Dicen que la mujer-pájaro amó una vez a uno de estos viajeros y, por ese amor, en vez de matarlo, lo subió sobre su cuerpo alado y lo llevó a su gruta, donde lo convirtió en compañero y amante. Pero, pasado un tiempo, el viajero descubrió los cadáveres de todos los que habían sido devorados por la ondina. Presa del terror, urdió un engaño, escapando de la gruta.

Desde entonces, la mujer no ha vuelto a perdonar a nadie y, aún hoy, los viajeros evitan que la noche les sorprenda en las cercanías de la laguna, pues se dice que todo aquél que la vea estará irremediablemente condenado.


La Laguna de Vacares II

Cuenta la leyenda que en el lugar donde se encuentra la Laguna de Vacares, hubo hace muchísimo tiempo un hermoso jardín, al que todos los años acudía una bella princesa para reunirse con su amor. Había un príncipe moro que también la amaba sin ser correspondido.

Un día, cansado de recibir negativas y cegado por los celos, decidió vengarse asesinando a su rival. Así, una noche en la que los amantes se encontraban juntos, consumó su venganza y le cortó la cabeza al joven pretendiente. Acto seguido, la cabeza se transformó en una piedra negra, que todavía hoy se puede ver sobre una de las márgenes de la laguna.

Al ver esto, la princesa subió a una peña, comenzó a llorar, y, como tantas fueron sus lágrimas, se anegó el jardín completamente, tras lo cual también se convirtió en roca.

Dicen también que a veces se escuchan pavorosos sonidos que provienen del fondo de la laguna, y se cree que es el moro el que aún grita de celos.

La Laguna de las Yeguas

Cuenta la leyenda que durante el periodo de deshielo, un pastor estaba con su rebaño junto a la Laguna de las Yeguas. Estaba en sus quehaceres cuando escuchó una espantosa voz, profunda y tenebrosa, que parecía que clamaba por salilr de su encirro. Al mismo tiempo, otra voz respondía que todavía no era el momento, ya que su maldad era aún muy grande. No pudo el buen hombre huir, ya que el horror le había paralizado el cuerpo y las piernas.

Fué entonces cuando vió cómo dos magos se acercaban a la laguna, entonando una extraña salmodia, a la vez que hacían signos cabalísticos. En ese momento, lanzaron una red, y de las aguas de la laguna sacaron una yegua blanca de gran belleza. Volvieron a lanzar la red por segunda y tercera vez, sacando sucesivamente una yegua azul y otra negra, tras lo cual una profunda decepción se adueñó de sus rostros. Decían que el caballo rojo haría invencible a aquél que lo poseyese, pero era esquivo y no se dejaba capturar. Pensaron que habría que esperar hasta el siguiente deshielo, y se marcharon.

Se escuchó entonces un prolongado silbido que provenía de la laguna, y, enderanzando sus orejas, las yeguas se lanzaron al galope, volviendo a sumergirse en la profundidad de sus aguas.


La Escoba del Diablo

Cuenta la leyenda que durante el periodo de deshielo, un pastor estaba con su rebaño junto a la Laguna de las Yeguas. Estaba en sus quehaceres cuando escuchó una espantosa voz, profunda y tenebrosa, que parecía que clamaba por salilr de su encirro. Al mismo tiempo, otra voz respondía que todavía no era el momento, ya que su maldad era aún muy grande. No pudo el buen hombre huir, ya que el horror le había paralizado el cuerpo y las piernas.

Fué entonces cuando vió cómo dos magos se acercaban a la laguna, entonando una extraña salmodia, a la vez que hacían signos cabalísticos. En ese momento, lanzaron una red, y de las aguas de la laguna sacaron una yegua blanca de gran belleza. Volvieron a lanzar la red por segunda y tercera vez, sacando sucesivamente una yegua azul y otra negra, tras lo cual una profunda decepción se adueñó de sus rostros. Decían que el caballo rojo haría invencible a aquél que lo poseyese, pero era esquivo y no se dejaba capturar. Pensaron que habría que esperar hasta el siguiente deshielo, y se marcharon.

Se escuchó entonces un prolongado silbido que provenía de la laguna, y, enderanzando sus orejas, las yeguas se lanzaron al galope, volviendo a sumergirse en la profundidad de sus aguas.

La Tumba del Rey Muley Hacen

Cuenta la leyenda que cuando el rey Muley Hacen fué destronado por su hijo Boabdil, se retiró del mundo refugiándose en la alcazaba de Mondújar. Allí, alejado de todos, pasó sus últimos tiempos, con la única compañia de su favorita, Zoraya, y de los hijos que había tenido con ella.

Vivía el viejo rey amargado, siempre encerrado en la torre más alta de la fortaleza, mirando sin descanso las altas y lejanas cumbres de Xolair, que mas tarde se llamaría Sierrra Nevada y escuchando las historias que sobre ella le contaba su amada Zoraya. De este modo, concibió el deseo de ser enterrado en ese lugar, lejos de los hombres, con la única compañía del cielo infinito.

Y así, sintiendo que su fin se aproximaba, pidió que lo sepultaran allí, donde nadie pudiera jamás turbar la paz de su espíritu. Y se dice que Zoraya cumplió su deseo, enterrándolo en lo más alto de la Sierra, entre las nieves eternas, donde sólo reina el silencio.

Los Tres Diamantes Negros

Cuenta la leyenda que el rey Muley Hacen, sintiendo que su fin estaba próximo, hizo llamar a su hijo el príncipe Abul Haxig a su retiro del castillo de Mondújar y recibiéndolo en su lecho de muerte le contó la historia de cómo un rico labrador llamado Al Hamar llegó a ser rey de Granada.

Fiel practicante de su fé, Al Hamar desesperado ante el avance cristiano oraba un día a Alá suplicando algún medio para detenerlos, cuando escuchó una fuerte voz, a la vez que se le aparecía un espectro que, entregándole tres diamantes negros de inigualable belleza, le hizo prometer que en la hora de su muerte los legaría a su sucesor, repitiéndose esto de generación en generación. Sólo de este modo la bandera del Islam ondearía para siempre en esta tierra.

Acabada su historia, Muley Hacen contó a su hijo cómo a causa de la inestabilidad que se respiraba en el reino y ante la amenaza de una posible guerra, había escondido los diamantes en una profunda gruta, en lo más alto de Sierra Nevada y dándole un pergamino con las indicaciones para hallarla expiró. Tuvo Abul Haxig sin embargo, la desgracia de caer en una emboscada, perdiendo el pergamino en la batalla y la vida pocos días después en brazos de su hijo Abú Abd Allah, no sin antes transmitirle el legado del abuelo. Así pues, comenzó a registrar la Sierra pero sin el pergamino era imposible encontrar la gruta y de este modo, el invierno vino sobre él, muriendo bajo sus heladas nieves. Se dice que el mismo día de su muerte Granada cayó en manos cristianas y que nadie pudo encontrar jamás los diamantes, que aun continúan ocultos en las profundidades de Sierra Nevada.

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